Guatemala es una ficción kafkiana. La abundancia se concentra en medio de un pobrerío que aún se piensa con letrinas y estufas mejoradas.
Para entender la abundancia debemos dirigir la mirada a las tres esferas de la vida social: la privada –del mercado, muy imperfecto por cierto–, la estatal y la pública –los sin fines de lucro, aparentemente–.
Se detectan amplios vasos comunicantes y colusión. Los expertos en temas morales bien nos advierten que tales esferas debieran funcionar con autonomía. Pero hay múltiples casos de súbito y poco explicable enriquecimiento de protagonistas y mayordomos de lujo. El denominado Registro de Personas Jurídicas (Repeju), pretende regular a las organizaciones civiles, el mercantil lo hace con las anónimas y corporativas, y la Contraloría General de Cuentas, el organismo legislativo y otras agencias lo hace con el entorno estatal. Y aquí por supuesto debemos mencionar a la sacrosanta Superintendencia de Bancos, que hace lo correspondiente con los templos del dinero, en donde se reproduce el circuito monetario.
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Vale mencionar que tal institucionalidad regulatoria ha viajado a contrapelo de las aspiraciones democráticas, como también lo ha hecho la marcha de la economía. Es decir que si a partir de 1986 las aspiraciones eran –del diente al labio– más democratización y derechos humanos, la economía viajó hacia una liberalización sin sentido, movida por sus ideólogos, hoy con poco pelo y muchas canas, ya jubilados la mayoría, y apoltronados aún en ambientes de alta decisión financiera semiestatal –en los pocos bancos de fomento que quedan– y en una que otra empresa corporativa a la que llenaron de favores.
En este panorama, la política cimarrona predominante es manejada por la dinámica de un circuito monetario que bien refleja los privilegios de la abundancia concentrada: bajo déficit fiscal, notable efervescencia de los medios de pago y del crédito, flujo de dólares en abundancia; incluso provocando superávit en la cuenta corriente de la balanza de pagos. Y, como si ello fuera poco, uno de los grandes caciques burocráticos –que bien merece una historia de vida–, el recaudador de impuestos Marco Livio Diaz, se jacta en anunciar que el próximo gobierno comenzará con un superávit de caja nunca visto en la historia: 24,000 millones de quetzales.
Para las mentes estrechas de los folclóricos tomadores de decisión actuales, que han sustituído poltronas de ciertos notables en sillas congresiles, magistraturas, corporaciones industriales organizaciones sin fines de lucro, ello no es más que ofrecerle al tejón de la miel, el animal más salvaje del mundo, más de lo que endulza su paladar.
¿Más signos de abundancia?, miremos entonces: pese a la opacidad se sabe que la presidenta del Organismo Judicial devenga cerca de 80,000 quetzales mensuales solo de salario, recetándose un incremento cercano al 70 % a finales de 2022. Cada magistrado acumula más de un millón de quetzales por indemnización, sin tomar en cuenta los aumentos salariales indicados. El presidente y gerente general del IGSS sobrepasan fácil el millón de quetzales anuales. No digamos los emolumentos de los directores en la Comisión Energética o los gerentes de varias instituciones descentralizadas.
De las tres esferas mencionadas es la privada la abeja reina. La misma colude y contamina a las otras dos, al punto que las más notables organizaciones sin fines de lucro, como el cooperativismo cafetalero, verdulero exportador y otros por el estilo tienen a verdaderos magnates en su seno.
La riqueza incrementada en los últimos tiempos en la esfera privada es más que sorprendente: el frustrado candidato de Prosperidad Ciudadana es un claro ejemplo de ello y una muestra del flujo ascendente de dinero proveniente de la palma africana, del negocio transportista de carga y pasajeros y de todos sus ramos conexos, incluyendo por supuesto la notable acumulación en el subsector eléctrico y no digamos de las telecomunicaciones y la banca. Todo ello es simplemente negocio de familias y mayordomías cortesanas: una evocación de los tiempos del cándido de Voltaire y de reyezuelos medievales que aún se sienten cómodos y lejanos de no enfrentar La Bastilla y sus guillotinas.
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