Foucault planteó la existencia de dos formas de hacer gobierno. La primera, una forma pastoral bajo tres economías: la de la salvación, la de la obediencia y la de la verdad. Bajo esta forma, todas las personas estamos acá en espera de algo más y cuando ocurre algo es porque Dios así lo quería y ese fue su designio. La segunda forma de gobierno es bajo la razón del Estado, entendiendo esta como lo necesario y suficiente para que la república conserve intacta su integridad. Con esta última debe hacerse un examen minucioso en cuanto al poder, que, de acuerdo con la profesora guatemalteca Judith Erazo, implica el ámbito del ser humano como objeto y sujeto del poder en una relación social.
En esos marcos de análisis, después de los gobiernos revolucionarios de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz, nos hemos visto sometidos a un modelo de gobierno basado en una composición mixta de ambas formas expuestas, pero con matices complejos en cada una. Ciertamente las dictaduras militares buscaron lo necesario para mantener la república, pero bajo un postulado de propiedad, que, según el profesor Bobbio, es entendida como aquello que posee la clase dominante. Así adquieren una lógica social el desconocer la pluralidad de naciones, el normalizar actos de discriminación y el mantener un sistema de desigualdad de género, entre otros. Además, esas mismas dictaduras militares, en los inicios de la década de 1980, propiciaron como estrategia la proliferación de sectas cristianas, a partir de las cuales se fundamentará la forma pastoral de gobierno bajo los argumentos de que Dios nos dará la salvación y de que esta vida solo es una transición en la que se debe tolerar lo vivido.
El resultado de aquella época no es otro que la desaparición de personas con capacidades de gobernar según la razón del Estado de promover los derechos fundamentales. Se influyó en los modelos de pensamiento progresista y se fundaron mecanismos de intromisión en el conocimiento de cómo debe hacerse gobierno y cuál es el arte de este. Es por ello que hoy a esta sociedad le parece buena opción aquel que hable como pastor, sea profundamente cristiano (al menos en apariencia) o nacionalista, o bien aquel en cuyo discurso o práctica haya apoyado la muerte de personas vinculadas a hechos delictivos. A estas personas, incluso, se las llega a llamar estadistas.
Parece que el pueblo, como soberano, quiere seguir apelando al poder autoritario. De nuevo Judith Erazo, en su libro sobre la dinámica psicosocial del autoritarismo en Guatemala, plantea algo que sin duda es complejo de asumir, pero que es lo más cercano a la realidad que vivimos: «Al caracterizar el autoritarismo en Guatemala encontramos fenómenos que se expresan en la admiración a las figuras fuertes y el odio al débil, típicos de las personalidades con características sadomasoquistas: la admiración expresa a figuras que simbolizan fuerza, poder, que imponen orden o seguridad. Esto permite entender la vinculación de los sujetos a las identificaciones autoritarias y populistas en el contexto político».
Jimmy, carente de capacidad para reflejar autoritarismo, termina reflejando un modelo pastoral en sus formas de expresión como candidato. Luego se proyecta como alguien fuerte haciéndose acompañar de militares y portándose serio (o al menos eso cree él) ante los medios de comunicación. Él es el reflejo de la absoluta pérdida del arte de gobierno y, por tanto, la mayor amenaza de consolidar mecanismos de represión y uso abusivo del poder. Las opciones para el futuro van en la misma línea de autoritarismo, y en el final del túnel no se ve a nadie, al menos para el 2019, que pueda manifestar un arte de gobierno cuya razón sea el fin del Estado: la persona y sus derechos fundamentales.
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