Se trataba de una iniciativa que buscaba apoyar a personas de muy escasos recursos pero no desde una óptica paternalista en la que se presume que el alfabetizador es el que sabe. El encanto de esta iniciativa radicaba en que todos nosotros seríamos instruidos también por estas personas en lo que ellos tenían que aportar: sus conocimientos cotidianos, la cultura local.
Recuerdo que los primeros días nos instalamos en el salón municipal, un cuartón inmenso que contaba con un par de baños, piso de cemento y techo de lámina. Sin más, tomamos el espacio, veníamos rendidos de un viaje de horas en autobús, muertos de hambre y especialmente de frío. La gente del lugar nos acogió cálidamente. Nuestros coordinadores y maestros nos habían preparado para este momento, desde el día de nuestra llegada sabíamos qué hacer. Todos estábamos nerviosos, recuerdo que yo no entendía muy bien qué le podía enseñar a la gente o cómo lo haría, sin embargo conforme pasaron los días aporté lo poco que pude y me enriquecí por el resto de mi vida con lo que aprendí esas vacaciones.
Días después nos instalamos en un terreno comunitario, allí montamos el campamento en el que cada noche compartíamos las vivencias del día, cantábamos canciones con Chucho, el maestro de música y nos íbamos a dormir entre la llovizna a unas carpas de lona llenas de armonía y una extraña sensación de hogar.
La familia de la que aprendí tenía ovejas, maíz y un huerto con manzanilla y otras plantas medicinales. Mi trabajo consistió en desmontar y desgranar maíz, ayudé un poco en el hilado pero me entretuve más viendo cómo magistralmente mis mentores convertían un amasijo de lana virgen en una impecable obra de arte. Jamás olvidaré esos rostros curtidos por el sol y brillantes como él. Esta experiencia marcó sin lugar a dudas mi existencia, pero especialmente la forma en la que percibo y me desenvuelvo en el mundo.
Este modelo alternativo de educación, que parte de la metodología de enseñanza-aprendizaje de Paulo Freire transformó muchas vidas, no solo la mía. Hace diez años se calculaba que unas 25 mil personas habían sido beneficiadas con este proceso. La gran mayoría de ellas conoció por primera vez la palabra escrita, convivió con un capitalino o trasladó sus conocimientos matemáticos a un papel.
Traigo a colación este cuento por la iniciativa 2012 Despertemos Guatemala, en la que se pretende que cinco mil jóvenes convivan con una familia que padece desnutrición. Aplaudo el acercamiento y comparto que todos tenemos algo que dar, sin embargo insto a los organizadores a que se responsabilicen ética y humanamente por las personas a las que visitarán.
Buscar una vivencia transformadora puede llegar a ser egoísta si solo se piensa en una de las partes. En este tipo de encuentros se requiere tener la absoluta conciencia de que se genera un vínculo y que se trata con seres humanos que distan mucho de querer ser tomados como un monigote de escaparate o un experimento. Ver las condiciones en las que vive esa gente es alarmante sí, pero más aún puede llegar a ser el tratarlos con lástima o paternalismo. Se trata de seres humanos que dentro de la pobreza viven digna y honradamente con lo que pueden/tienen, con lo que la exclusión centenaria les ha permitido.
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