A tres cuadras de mi trabajo, hay una de esas calles.
Hoy fue mi primer, primer, primer día de trabajo en El Paso. Aunque ya había llegado a AP y ya estaba dentro de los EE.UU. y todo eso, hoy fue el primer día que de veras llegué a la que será mi oficina durante los próximos años, espero.
Está en El Paso Times, en un edificio relativamente nuevo pero que no esconde los estragos que la crisis económica y la crisis de la industria de los periódicos ha causado en sus instalaciones, sobre todo en las alfombras.
Había cinco meses de correo que clasificar, reenviar y destruir. Había cientos de faxes, de contenido aparentemente oficial, que ofrecían viajes a Cancún por 100 dólares por persona por noche. Seguro que cuando estuvo frío acá, la oferta era tentadora. Pero hoy, no tanto.
Había correo viejo, muy viejo pero también llegó correo nuevo. Una caja grande y nada pesada. ¡No tengo ni dos horas en la oficina y ya tengo correo!, pensé. Supuse que era la cámara que me tienen que mandar para el curso en Las Vegas.
Sin embargo, al abrirla me doy cuenta de que no es eso. Es un chaleco antibalas. Es blanquito, chiquito y liviano. Quien lo viera, parecería que está hecho de algodón de azúcar. Da ternura verlo.
Lo bueno es que se puede usar bajo la camisa y no llama mucho la atención. Lo malo, es que parece más bien un chaleco anti piedras de lo livianito que es. Supongo que no lo voy a usar a menos que sea total y absolutamente indispensable. Y ni así.
A la hora del almuerzo, decidí ir a conocer el vecindario cerca de la oficina. Y me encontré una verdadera rareza. Al menos para mí. En una de esas calles mexicanas, donde hay tiendas como las que uno puede encontrar en Mazatenango (bueno, no. Más bien como las de Tapachula), quería comerme un burrito. Tanto que me los habían recomendado. Tanto que todo el mundo me habló de que la comida tex mex esto y la comida tex mex lo otro.
Cuando entré, una imágen de Francisco Villa y Emiliano Zapata, en la casa de Gobierno, allá por 1914. Zapata no está mencionado en la foto pero está allí. En cambio, la imagen, de Villa en el trono dorado habla volúmenes sobre el orgullo que esta gente siente por el Centauro del Norte y su aporte a la revolución mexicana. Villa domina la pequeña fonda en la calle Stanton. Pero hasta allí.
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El negocio es de unos chinos. Chinos chinos, que hablan en chino. Y en español y en inglés. Pero sobre todo en Chino. Y tienen comida china, bueno, las cuatro cosas que conocen de la comida china en estos barrios. El Broccoli and beef, General Tso Chicken, Chomín y Tacochino.
Yo, dispuesto a probar la comida tex mex, pedí un burrito de deshebrada. Una carne cocida que se parece mucho a la carne de las hilachas. Ignorante de la devastación que provocaría horas más tarde en mi sistema digestivo, ataqué el burrito con toda el hambre que tenía. Y, para más INRI, le eché cualquier cantidad de chile. No el chile Mexicano que me entregó la mesera mexicana, sino un chile rojo radioactivo que había en la mesa, un chile chino con instrucciones en francés, inglés, español y un idioma que no es chino y no es coreano y no es hindú. Me aventuraría a decir que era vietnamita o algo por el sudeste asiático.
Fuera de donde fuera, ese chile y los dos vasos de agua de horchata china terminaron de formar el cóctel fatal que me tienen en tan deplorable condición.
Ayer, cuando salí a pasear por El Paso, me encontré con esto: un WienerSchnitzel. Es decir, milanesas pues. Casi me da un paro cardiaco. Milanesas en el Paso!!! Ya se donde voy a almorzar, me dije. Resulta que no venden Schnitzel. Solo salchichas, hot dogs pues.
No sé si iré a comer al WienerSchnitzel. Lo que sí está claro es donde no iré a comer mañana. La china perdió un cliente, de momento.
22 de febrero de 2011
She said, I’ve had it comin’ to me
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