Muchas veces, en esa enajenación que les produce su endiosamiento, los mandamases (muy particularmente los latinoamericanos) confunden tolerancia y paciencia con ignorancia y cobardía. Así, se colocan en el mismo nivel de peligro de quien, ignorando por completo las técnicas de las artes marciales, manipula una katana. De esa cuenta, un movimiento mal hecho, por mínimo que sea, les puede provocar una herida letal.
Entre dictadores, sucedió en nuestro país con Manuel Estrada Cabrera, Jo...
Muchas veces, en esa enajenación que les produce su endiosamiento, los mandamases (muy particularmente los latinoamericanos) confunden tolerancia y paciencia con ignorancia y cobardía. Así, se colocan en el mismo nivel de peligro de quien, ignorando por completo las técnicas de las artes marciales, manipula una katana. De esa cuenta, un movimiento mal hecho, por mínimo que sea, les puede provocar una herida letal.
Entre dictadores, sucedió en nuestro país con Manuel Estrada Cabrera, Jorge Ubico Castañeda, Jorge Serrano Elías y Otto Pérez Molina. Mas las personas que gustan de ser mandamases parecen no entender. Ni en Guatemala ni en otros países de la región. Pero, durante el lapso que lleva la pandemia de covid-19, Guatemala ha encabezado una lista de países que tienen gobernantes contumaces.
Hemos escuchado afirmaciones que van desde la adquisición de préstamos por miles de millones de dólares, de los cuales no sabemos si se obtuvieron ni de su posible destino (si acaso fueron adquiridos), hasta la supuesta implementación de hospitales para albergar a tres mil pacientes. Reitero que «hemos escuchado» porque lo visto in situ es exactamente lo contrario: precariedad hospitalaria; retraso en los salarios del personal sanitario que está en primera línea; falta de equipos de protección para salubristas, enfermeras y médicos… Y, en consecuencia, también hemos visto cómo ese personal ha sufrido el embate del contagio y de la muerte, dos circunstancias entendibles durante una pandemia, pero que pudieron haberse mitigado con una excelente gestión si se hubiesen tenido las estrategias impulsadas desde un gobierno con una clara política sanitaria.
Poco tiempo después de haberse confirmado el primer caso de covid-19 en Guatemala, más allá de la ineptitud gubernamental que signa nuestra historia, hizo aparición —en el entorno del manejo de la pandemia— el fantasma de la corrupción. El arribo a la cúspide de la pudrición fue conocido el 22 de febrero recién pasado, cuando se notició que en nuestro país se habían falsificado pruebas para detectar coronavirus, las cuales se habrían destinado a los hospitales regionales de Zacapa, Chimaltenango y Huehuetenango. Y a nosotros los guatemaltecos esa mala acción nos habría costado 7,350,000 quetzales pagados a través del Gobierno.
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Yo no podía creer lo que leía. Estupefacto, me preguntaba cómo era posible que se ejerciera ese tipo de perversidad sobre las personas enfermas. Me preguntaba de dónde podía provenir semejante mezquindad perpetrada por personas que se rebajaban al nivel de los asesinos a sueldo, de los secuestradores y de los violadores, con el agravante de que la maceración de la persona humana la estaban cometiendo desde una postura de empresarios o de científicos (que, por supuesto, no lo son). Y solo tuve como respuesta el recuerdo de un diálogo que escuché entre dos obispos de la Iglesia católica a finales de los años 80. Uno era monseñor Rodolfo Quezada Toruño, en ese entonces obispo de Zacapa, y el otro era monseñor Gerardo Flores Reyes, obispo de Verapaz. Se referían a un hecho de crueldad sucedido durante el conflicto armado interno. En cierto momento, monseñor Flores le dijo a don Rodolfo: «Esto solo pudo venir del estercolero del infierno». Y el obispo Quezada le respondió: «El tufo lo tiene». Y esa evocación se me ha repetido una y otra vez en estos días, provocada por ese oprobio de las pruebas falsas: «Esto solo pudo venir del estercolero del infierno».
Compenetrados entonces con la situación en nuestro país, llegó el momento de exigir la vacuna y una minuciosa rendición de cuentas. Inmunización para todos y el conocimiento preciso de cuánto se ha obtenido a través de préstamos (en dólares y en quetzales) y en qué se ha gastado cada centavo. Porque, así como hay ocasos, también hay amaneceres. Torpes no somos. La tolerancia llega hasta donde la dignidad limita y no podemos seguir aguantando más delitos atroces de los ya cometidos contra el pueblo al cual pertenecemos.
Tanto va el cántaro al agua que al fin se rompe.
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
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