Otra tragedia, otra catástrofe, otros niños enterrados en el pasado. Un volcán, lo que podría ser un símbolo nacional, una idea de energía y de grandeza, se convierte en la guillotina que cercena cientos o miles (ni siquiera lo vamos a saber nunca) de latidos de las familias y de las sociedades. Una comunidad desgarrada para siempre.
Por supuesto que todos tenemos una dosis de culpa al ser parte de una cultura caracterizada por la dejadez, la apatía, la trampa. Y, derivado de eso, cuan...
Otra tragedia, otra catástrofe, otros niños enterrados en el pasado. Un volcán, lo que podría ser un símbolo nacional, una idea de energía y de grandeza, se convierte en la guillotina que cercena cientos o miles (ni siquiera lo vamos a saber nunca) de latidos de las familias y de las sociedades. Una comunidad desgarrada para siempre.
Por supuesto que todos tenemos una dosis de culpa al ser parte de una cultura caracterizada por la dejadez, la apatía, la trampa. Y, derivado de eso, cuando ya tuvimos una crisis considerable hace tres años, aun así colocamos a un presidente que no solo es inepto en su totalidad, sino que es descarado, un escalador social parecido a los de esas novelas rusas del siglo XIX, que al llegar a la cima no tiene idea de qué hacer.
No hay planes de nada. No hay disposición a construir nada. Quienes deciden buscan su único interés, salvarse de los casos en los que están acusados, mientras la tragedia se multiplica como hiedra y pone a todos alertas en los centros de acopio. Estas imágenes son un déjà-vu del Mitch, del Stan, de El Cambray. Estamos acoplados completamente a la incertidumbre de vivir en un país donde la seguridad en cualquiera de sus dimensiones no existe.
A mí me embarga una especie de tristeza cuando veo el futuro, ya que es difícil lograr salir de este charco. Aunque sí veo posibilidades. Veo que, efectivamente, al tener conciencia completa tanto de la oscuridad interna como de la realidad social, se generan oportunidades de cambios, un cobro repentino de conciencia, y se quiebra de tajo la negación que nos hace ser siervos de un entramado diseñado para mantener la agonía.
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Es cruel que los diputados hayan sesionando recientemente para aprobar el paquete de leyes que benefician principalmente a quienes financiaron la campaña de 2015 (es decir, los miembros del G8 que admitieron culpas) y reescribir un artículo que, como todo derecho penal, es retroactivo si beneficia al reo y librará de responsabilidades penales a los más acaudalados del país. Les urge también cambiar esto para poder financiar a los partidos el próximo año.
No esperaban la reacción ciudadana, en redes y físicamente, que logró bloqueos al principio, pero que luego fue insuficiente para evitar que se aprobara la reforma en primera lectura el mismo día que los acusados eran ligados a proceso por financiamiento electoral ilícito del FCN.
Algo de esperanza hay en esa voz de la sociedad que es amorfa, que por ratos destella y que por ratos se pelea consigo misma. Aunque la primera sesión se quedó sin cuórum tras una considerable presión en medios y redes, lograron salvar al ministro de Ambiente, Alfonso Alonzo, quien paradójicamente dijo que no sabía nada de ambiente. Es un amigo de Jimmy Morales ligado a la Avemilgua, político de la casa caracterizado por su opacidad y su deseo de mostrarse como nuevo rico de gustos exacerbados al estrenar helicóptero y ufanarse de ello. Como si fuera una mala broma, mientras la muerte aflora precisamente por un problema ambiental, los partidos políticos conciertan para proteger quizá al peor ministro de Ambiente de la historia.
Así las cosas, crecemos en conciencia viendo la oscuridad rampante de la muerte en las calles mientras los políticos sacan su parte más vil y se aprovechan de lo que sea. Están en plan de todo o nada, ya que otra de las intenciones es permitir tranquilamente el transfuguismo para que el próximo año puedan volver a elegirse todos los del pacto de corruptos. Y la gente hace lo que puede dando víveres y denunciando a los corruptos a veces en conjunto, a veces cada quien por su cuenta.
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