La primogénita del genocidio, el roba niños, el payaso comediante y el hijo del re chingadísimo nepotismo: todos sonrientes mientras se aseguran nuestro voto, compitiendo por un turno para servirse con cuchara grande del erario nacional.
En este tiempo electoral, los chapines estaremos obligados a elegir entre la horca, el veneno y el cuchillo que aseguran una tortuosa muerte más que anunciada.
Y digo anunciada porque desde hace varias elecciones que este país se ha quedado sin esperanzas.
Esta «fiesta cívica» será como un circo romano, donde las bestias pelean a muerte por una cuota de poder y una mordidita de guayaba.
[frasepzp1]
Y los chapines comunes y corrientes estaremos sentados en una especie de palco lejano en el que, cual espectadores, nos acomodamos en el graderío para ver el show. Que gane el menos peor. Y yo pienso en el meme de Michael Jackson emocionado comiendo poporopos mientras, en la pantalla, las monstruosas bestias –como en el histórico video musical– acechan a la desvalida dama; que en este caso, sería el país. País con p de película, de pánico, de parálisis.
Los chapines nos sabemos altamente indefensos ante la vorágine que es esta tierra. Tierra abonada con genocidios y sangre, fuego de volcán, indiferencia, miedo y pasto.
Nos sabemos también en el palco, palco con p de política, con p de país, ese que detestamos pero no dejamos de llevar incrustado. «Yo no leo el periódico ni veo las noticias porque dueles MiGuate», rebuznan permaneciendo al margen, indiferentes y ciegos porque la elección es entre la horca, el veneno y el cuchillo.
Este país que no queremos es frontera, esa que soñamos atravesar buscando una existencia menos jodida. País en el que ya no crece la esperanza. Ese que nos invita a migrar para aferrarnos a lo que nos contaron es la vida. País que nos expulsa para poder sobrevivir, aunque no estemos seguros de si esta sigue siendo una buena idea.
No lo queremos así, pero este país es puente entre dos realidades equidistantes: la dantesca cotidianidad tan horrenda que parece irreal y el futuro que promete un esperanzador apocalipsis que acabará con todo y todos.
No lo queremos así, pero es un débil eslabón entre esta realidad jodida y seres que han sido obligados al confinamiento, al miedo y a la obediencia ciega. Millones de pobres que por razones de negación y aspiración no creemos serlo, mediocres, serviles, sin la más mínima empatía y completamente cerrados ante la posibilidad de formarnos un criterio. Seres que nos reducimos a repetir cualquier palabrerío sin sentido y utilizar argumentos indefendibles como escudo. Entes que, como chuchos penqueados, peleamos contra todo y todos, defendiendo esas necesidades vitales que, decía el buen Maslow, garantizan la sobreviviencia. Quijotes delirantes ante la bestia de un gobierno nefasto en batalla a muerte sobre suelo de lava y abismos. Tres caídas, sin límite de tiempo, máscara contra cabellera.
«A vencer o a morir llamará» y muertos, pues, porque jamás llevaremos las de ganar.
–continuará, muy a nuestro pesar–
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