Junto a esos decesos hay otros que son consecuencia de la epidemia, pero que no tienen una relación directa con el SARS-CoV-2. Entre ellos, los eventos vasculares cardíacos conocidos como infartos del corazón y los eventos vasculares cerebrales llamados coloquialmente derrames cerebrales.
La causa de estos sucesos —en su mayoría— son las predisposiciones que ya existen en las personas que los padecen, aunadas a la ansiedad y a la angustia de estar ante una epidemia que en Guatemala sigue incontrolable. Y el síntoma omnipresente es el miedo que mata.
De ese miedo hay una fábula muy ilustrativa que puede encontrarse en varios sitios de Internet. Se llama El rey y la peste. Se relata que «un rey árabe atravesaba un desierto cuando se encontró de frente con la peste. El rey le preguntó: “Peste, ¿para dónde vas?”. Y la peste le respondió: “Voy a Bagdad a matar a 500 personas”. Pocos días después volvieron a encontrarse y el rey le reclamó: “¡Peste mentirosa, me dijiste que ibas a Bagdad a matar a 500 personas y mataste a 5,000”! La peste lo miró con sorna y le respondió: “Mira. Yo no te engañé. Yo maté a 500 personas. Los demás se murieron de miedo”».
Este miedo se acrecienta en los habitantes de los países de tercer mundo a causa de saberse desprotegidos por sus ineficaces regímenes de seguridad social y por sus sistemas de salud colapsados de por sí. Bien sabemos que muchas personas, en el afán de salvarse o de rescatar de las garras de la muerte a sus familiares, han quedado en la calle a causa de las deudas contraídas en hospitales privados. La hipoteca o la venta de sus bienes inmuebles les han servido para saldar enormes cuentas o hacer frente al costo de los medicamentos, que —incluso fuera de los hospitales privados— es inalcanzable para la mayoría.
A la par de esas desgracias está plantando cara el presentismo. Yo he dado por llamarle el síndrome del presentismo. Su definición varía según regiones y contextos. De acuerdo con expertos en marketing, «el término presentismo surge como contraposición a absentismo laboral porque pretende destacar el hecho de que el trabajador está presente en el lugar de trabajo, incluso aunque ello no repercuta en un aumento de su productividad: “el presentismo, nuevo fenómeno laboral ante el temor a perder el empleo”».
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Este temor a perder un empleo, especialmente en tiempos de pandemia, permite dos terribles circunstancias que usualmente provienen de situaciones que pueden considerarse un grave pecado contra los derechos de la persona. Una es la explotación laboral, que de por sí es usual en Guatemala. La otra es la insana necesidad de ciertos individuos de hacerse notar ante sus jefes. Y en ese fatuo intento se sobrecargan de trabajo y abruman con cargas innecesarias a quienes están a su alrededor, de manera particular a quienes son sus subordinados.
El antropólogo Carlos Cabarrús, S. J., sitúa este fenómeno dentro de los mecanismos psicológicos que él llama compulsiones. Y define las compulsiones como «un mecanismo psicológico inconsciente y contrafóbico que brota de los miedos; es decir, la compulsión es un comportamiento contrario al miedo que pretende que la amenaza que provoca ese miedo no se cumpla. Son actos repetitivos con los que se intenta escapar de los miedos, pero que, sin embargo, “son crónicas de una muerte anunciada”: finalmente llevan al miedo que las originó. ¡Es justamente la compulsión la que hace que el miedo se haga realidad!» [1].
Ni qué decirlo: en una situación de emergencia o desastre como la que estamos viviendo por la pandemia, es necesario permanecer el tiempo que sea necesario en un lugar de trabajo (bajo estrictos protocolos). Esa condición no es un presentismo obsesivo. Se trata de lealtad al ser humano, a la profesión que se practica y a la institución para la que se trabaja. De ello sabemos mucho las enfermeras y los médicos. Pero, si usted está sometiendo a su personal o está siendo sometido a un presentismo improductivo (trabajar enfermo, por ejemplo), sepa y entienda que va camino a encontrarse con un infarto a corto plazo (sea usted la víctima o el perpetrador).
Así las cosas, me hago eco de las recomendaciones de Cabarrús cuando me aconsejaba citando al poeta Antonio Machado: «A distinguir, me paro, las voces de los ecos».
Así que, por su bien, discierna y distinga. Evite un infarto innecesario.
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[1] Cabarrús, Carlos (2007). La danza de los íntimos deseos. Siendo persona en plenitud. Bilbao: Desclée Brouwer. Págs. 25-26.
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