Las selfis, de alguna manera, siguen perpetuando esta necesidad de contar con una imagen de un nosotros erigido en la sangre. Y si no, las imágenes que irán de correo a correo, de whatsapp a whatsapp, en esta época navideña para dejar constancia de que estuvimos juntos, de que somos una familia.
Esta semana ha circulado una foto familiar en los medios guatemaltecos. Una lejana pariente vino a Guatemala desde España, y la familia, cómo no, quiso que el fotógrafo estuviera allí. Lo llama...
Las selfis, de alguna manera, siguen perpetuando esta necesidad de contar con una imagen de un nosotros erigido en la sangre. Y si no, las imágenes que irán de correo a correo, de whatsapp a whatsapp, en esta época navideña para dejar constancia de que estuvimos juntos, de que somos una familia.
Esta semana ha circulado una foto familiar en los medios guatemaltecos. Una lejana pariente vino a Guatemala desde España, y la familia, cómo no, quiso que el fotógrafo estuviera allí. Lo llamativo (mejor dicho, lo excepcional) de esta foto es que está tomada en el Palacio Nacional de la Cultura. La pariente agasajada aparece en el centro de esa foto y, a su diestra, el ministro de Cultura, cuyo segundo apellido da cuenta de la genealogía que se quería inmortalizar. Precisamente, este funcionario se aprestó a dar explicaciones: que el primo organizó la fiesta, que la actividad era privada (obviamente), que no se erogaron fondos públicos y que en nada influyó su puesto como ministro. Es más —agrega este—: igual permiso podría obtener un ciudadano en similares circunstancias. Es decir, podemos acercarnos al ministerio y pedir que nos faciliten el palacio para celebrar la venida o partida de algún pariente y concertar una foto para nuestro álbum familiar. Desde la lógica del ministro, entonces, hay que correr la voz y avisarles a los miles de familias que tienen parientes en el extranjero para que reserven el lugar para la foto. Y vaya si habrá parientes ilustres, toda vez que hoy se extiende en Estados Unidos, Canadá y México una cultura popular guatemalteca transnacional a base de esfuerzos individuales y colectivos dignos de reconocimiento. Eso sí, que algún primo organice todo.
Ahora bien, la cuestión es si el razonamiento del ministro es adecuado, el de facilitar, como él dice, el Palacio Nacional para lo que él define como una actividad privada. La respuesta basada es llanamente no. El Palacio Nacional de la Cultura es un bien público y, más allá de rasgos intrínsecos, parte del patrimonio cultural. Es decir, pertenece al Estado. Además, los guatemaltecos hemos decidido que es valioso para nuestra historia colectiva porque a él le hemos adscrito una tradición y un lugar simbólico de nuestra identidad. De ahí, por ejemplo, que las protestas del 27 de agosto de 2015 se sucedieran frente al Palacio Nacional, porque allí hemos localizado los guatemaltecos un espacio imaginario del poder político que como ciudadanos queríamos reivindicar. De ese lugar, de ese palacio, había que desalojar a un presidente corrupto. Como también hay que desalojar esa confusión malévola entre bien público y bien privado y, consecuentemente, hacer valer, hoy más que nunca, cuando el país afronta una grave crisis social, el valor de lo público frente a la patrimonialización (o familiarización) privada basada en el privilegio.
Así pues, hemos de suponer que la foto en mención tendrá un poder referencial para la familia retratada. En esa foto, sus miembros podrán evocar la memoria del reencuentro. Para los demás ciudadanos, esta foto es la imagen arcaica de que lo público es apropiable por cualquier motivo y en cualquier circunstancia. En este caso, en aras de inventar una tradición palaciega como escenografía. Supongo que, en eso de las relaciones transatlánticas de apellidos, tal vez con este precedente a algún guatemalteco le faciliten el Palacio de Oriente en Madrid para agasajar a la familia reunida del otro lado del Atlántico.
Bien haría el ministro en no retorcer argumentos endebles, diciendo luego que solo fue un vino de honor después de una visita guiada para apreciar los vitrales del tío abuelo. Lo mínimo que procedería es pedir disculpas en forma inmediata. Pero, si el ministro insiste en asumir la responsabilidad, que renuncie.
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