Frente a esta asquerosidad sin esperanza

Hay límites hasta para una madre en la defensa de su hijo, sobre todo si es una representante de la ley y más en un caso de violencia de género.

Sentí asco por la muerte del tirano. Esos pueblos que colocan al cruel en el poder, lo mantienen por años y luego le aplican la misma crueldad que ellos apoyaron. No es que no entienda la rabia contenida que los ciudadanos puedan tener a un dictador despótico como Gadafi, pero me temo que sus torturadores sean tan sanguinarios como él.

Sentí asco por este clima inclemente, que nos da esa agua que tanto necesitamos pero de forma incontinente. Un agua que solo destruye y que se pierde sin remedio, dejando a su paso muerte y desesperación. Nos recuerda a los constructores que solo miran por la ganancia irresponsable, las políticas de obras públicas que parecen no encontrar respuesta ante tanto desastre y corrupción.

Siento asco por todos aquellos que se la pasan criticando, declamando al viento las proclamas que escucharon al otro. Menesterosos sin profesión que con la camiseta del millonario o del dinero onegeista, me da igual, lanzan estereotipos facilones a los cuatro vientos. Discursos sin fundamento, sin trabajo arduo. Pendejadas que le aplauden sus acólitos y que no solucionan nada.

Asco en fin, por los desalmados que violan a sus niñas y matan ancianos, por los políticos que prometen lo que no pueden cumplir. Me repugna la impotencia que se siente al no poder pagar las deudas, al romperse el automóvil, la computadora, la casa. Todo lleno de goteras y a punto de derrumbarse. La familia soportando mis reproches y malas caras. El dolor por la pérdida de un ser cercano tan querido y tan joven.

Se hace imposible seguir adelante. Cumplir con ánimo las tareas diarias. El trabajo parece interminable. La enfermedad nos ronda queriendo acampar, pero sin permitirnos el descanso para combatirla. Todo está a medio hacer y el incumplimiento constante de nuestras metas se hace insoportable. La gula, el desperdicio y la incontinencia son parte de este insoportable tedio que parece no tener fin.

Sé que este sentimiento es compartido con los miles de personas que hoy se levantaron con el mundo en contra. Gente que se esforzó y lucha diariamente contra la indigencia. Gente bien portada, cariñosa y comprensiva. Gente que solo pelea su  propio pan y solo pide que se cumpla justicia. Gente que construye poco a poco. Gente buena que sufre sin aparente razón.

En medio de esta porquería, la única noticia que me alivia esta desazón incontenible es el triunfo de Kevin Cordón, y sus compañeros guatemaltecos, en los Juegos Panamericanos. Me sorprendo de cómo en este páramo tan gris de injusticias, siempre hay una pequeña luz que brilla. Un joven que con su esfuerzo nos demuestra que la victoria es posible. Pequeñas victorias que hacen de nuestra vida un milagro.

Gracias a todos aquellos cuya lucha me hace comprender que merece la pena soportar un poco más de sufrimiento. Le preguntaban a la Madre Teresa de Calcuta, ¿hasta cuánto hay que dar? Hasta que duela, respondía ella. Hay que seguir y seguir amando, aún cuando parezca un sin sentido. Sobrellevar el sufrimiento sin una queja, con la sonrisa del amor incondicional. Amar cuando se es dichoso es fácil, lo realmente trascendental es seguir haciéndolo en la adversidad.