Después de la primera vuelta electoral, muchos guatemaltecos y guatemaltecas volvieron a experimentar una esperanza liberada de nostalgias, vivir sabiendo que los triunfos no son cosa del ayer, sino también del mañana. La esperanza de un futuro distinto aún se está acomodando en las cabezas y corazones de una población acostumbrada a vivir sin ella. Frente a la nueva puerta que parece abrirse, la alianza criminal actúa de manera cada vez más osada y errática, dispuesta a retorcer lo que haga falta para cerrar cualquier hendidura por donde se escape el cambio. Hasta ahora nada ha sido suficiente porque la posibilidad de un futuro distinto ha dispuesto a una mayoría unida a no ceder los derechos ganados, a no cerrar la puerta. Grupos y personas de distintas banderas ideológicas, geografías y profesionales se unen en torno a lo que antes parecía ser solo una palabra decorativa pero ahora se valora como el camino a un cambio pacífico, la democracia.
En este páramo se hace notoria la ausencia de líderes y partidos políticos cuyo abandono deja a la ciudadanía como huérfanos a la intemperie. Ni siquiera los excandidatos, cuyos rostros y falsas promesas vimos desfilar durante la reciente campaña, aparecieron para excusarse. Muchos dejan claro que su supuesta vocación de servicio y entusiasmo democrático solo son una pose más de marketing. Quizá parte de la degradación podría haberse evitado con partidos institucionalizados, pero sea o no el caso, en su lugar hemos visto surgir una reacción espontánea que se ha esparcido como una cadena de reacciones a lo largo y ancho del país. Parte de esto también son las demandas que recoge el pacto social, al que muchos ciudadanos nos hemos sumado.
[frasepzp1]
Y todo eso está muy bien, pues son los movimientos sociales que se unen en números y en intensidades significativas –como un cuerpo social encarnado– los que logran generar ventanas de oportunidad. Pero en este momento, cuando el tablero aún se está moviendo y las piezas se siguen colocando, cuando aún estamos articulando demandas y poniéndolas por escrito, hay que estar atentos y ser tan prudentes como estratégicos para pensar bien las alianzas. Porque la unidad no solo requiere dilucidar responsabilidades para lograr compromisos creíbles, sino también tiene que ser responsable consigo misma. Esta unidad no debe negar las diferencias sino fomentarlas, pues solo asumiéndolas y articulándolas la unidad podrá adquirir cierta consistencia hasta materializarse en cambios institucionales y duraderos. El pacto social no debe terminar en un grito aislado, sino que puede servir como base para cambios todavía más profundos.
Estos últimos días hemos visto a ciertos aliados de los golpistas tomar distancia. A ellos los llamo golpistas soft o arrepentidos porque en su momento alimentaron el monstruo autoritario, como cuando apoyaron la muy cuestionada reelección de Consuelo Porras, y ahora reculan al ver que el monstruo podía también comérselos a ellos. Pero también están los golpistas hardcore –es decir, parte del mismo engendro– otrora grandes críticos de la «exguerrillera» Sandra Torres, que se han radicalizado (¿o ridiculizado?) abrazando a su némesis incluso sin un plan de gobierno. Y está bien cambiar de opinión –sostengo el derecho a contradecirse siempre– pero se hace necesario sentarse y sacar cuentas, redistribuir legitimidades sociales y espacios discursivos, reconocer que muchos nunca fueron democráticos. En ese sentido, la unidad no puede ser desmemoriada ni negligente.
Una vez pregunté cómo llamar a esas personas que, sin considerarse extremistas de derecha, abrieron las puertas a los golpistas hasta entregarles las propias llaves de la institucionalidad entera. Una amiga respondió “grises” y los categorizó de la siguiente manera: grises fantasmagóricos a los cómplices que, sin embargo, mantienen las manos limpias; grises opacos a quienes hicieron la vista gorda mientras los criminales entraban; y grises mate a los identificables solo bajo la luz del sol, pero fácilmente se confunden en la oscuridad. Muchos de estos «grises» perdieron credibilidad y quizás sería demasiado esperar que se hagan responsables de los apoyos –silenciosos y explícitos– que dieron –sobre todo al gobierno actual–, la involución que significan y el enorme costo humano. Quizá sea demasiado, es verdad, pero a lo mejor baste y sea suficiente, con la vista al futuro, exigir que dejen de ser grises y alcen la voz por un pacto social profundo y sin tibieza.
Más de este autor