Edalia tiene dos años y mide 59 centímetros. No habla, balbucea.
Está rodeada de empresarios, periodistas, funcionarios y diplomáticos que llegaron en helicópteros para escuchar al presidente Otto Pérez Molina prometer que habrá una reducción de la desnutrición crónica: la misma que está matando a Edalia de a poco: primero su desarrollo físico, después el intelectual y ...
Edalia tiene dos años y mide 59 centímetros. No habla, balbucea.
Está rodeada de empresarios, periodistas, funcionarios y diplomáticos que llegaron en helicópteros para escuchar al presidente Otto Pérez Molina prometer que habrá una reducción de la desnutrición crónica: la misma que está matando a Edalia de a poco: primero su desarrollo físico, después el intelectual y si hay una crisis de alimentos seguramente se encontraría entre las primeras en caer.
Ella está junto a su madre, Ariana, que tiene 27 años y el cuerpo de una niña de 12. Ese día, como iba a llegar el presidente, comieron un huevo y tortillas. Además de una taza de café. Tuvieron suerte.
En un día normal hierbas cocidas habría sido el menú.
Pero pocos voltean a ver a Edalia, aunque ella representa la razón por la que llegaron a este pueblo asentado en la cumbre de una de las montañas de la sierra de los Cuchumatanes, la más alta de Centroamérica. Por media hora hay un discurso político; los aplausos llenan al presidente después de prometer que la situación cambiará en el pueblo. Pero, Ariana no entiende nada, ella sólo habla mam y, aunque era una de las representantes del pueblo en que se firmó el compromiso “Hambre Cero”, nadie traduce las palabras de Otto Pérez para ella.
Cuando la actividad terminó los invitados regresaron a los helicópteros que los devolverían a la capital del país. Ella tenía que regresar a su casa a 45 minutos de la cabecera de San Juan Atitán, ubicada en otra montaña. Llegar a lugares como ese constituye una odisea: debe caminar por más de dos horas o esperar que un picop pase y la lleve. Pero raras veces pasan.
Hay aldeas en San Juan Atitán a las que no llegan los vehículos. Están en lo más alto de las montañas. Hasta allí, hasta los lugares más recónditos del país, es hasta donde deben llegar, también, los alimentos, dinero y programas de reactivación económica del plan “Hambre Cero”. A veces no hay ni carreteras. San Juan Atitán tiene 15 mil 39 habitantes y es el municipio “¡con mayor desnutrición crónica del mundo!”, dice Luis Enrique Monterroso, experimentado activista alimentario hoy jefe de la Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Sesán). “Incluso más alto que el de África”, de una “desnutrición crónica; no aguda”, de la que “no deja crecer, no desarrollar el intelecto”, la que hurta muchas posibilidades “de triunfar en la vida”.
Monterroso hace énfasis en eso: como tratando de describir una muerte más lenta, algo que durará para siempre –una condena a muerte, lo ha llamado otras veces–; como la de la mamá de Edalia, que estuvo a punto de perecer en el parto de uno de sus tres hijos: su cuerpo era endeble; también su salud. “Acá –dice señalando el pueblo– el 91 por ciento de niños menores de cinco años están desnutridos: condenados a no tener éxito en la vida porque no tendrán desarrollado su intelecto, serán más propensos a tener enfermedades y con un cuerpo endeble”. “Salvar”, dice Monterroso. “Los primeros tres años son las clave: con Edalia poco se puede hacer ya”.
Para llegar a pueblo hay que recorrer desde la capital del país 250 kilómetros y subir hasta los 2500 metros sobre el nivel del mar. Los últimos 15 kilómetros no están asfaltados y al verlos desde abajo la escalada parece una tarea imposible: un camino estrecho el que sólo puede pasar un vehículo a la vez. El día que llegó el presidente Pérez Molina, la estampa de la maquinaria intentando arreglar el camino recordaba al desvelado que tras una mala noche pretende esconder las ojeras con maquillaje: con un pequeño esfuerzo no se esconden los años de abandono ni las noches de juerga.
En San Juan Atitán la mayoría de las personas se dedican a la siembra de autoconsumo de maíz, frijol y papas y otra parte de a población a los tejidos.
En el pueblo hay cuatro tipos de suelo: todos tienen poca fertilidad y están en pendientes, son en su mayoría calcáreos y pocos profundos, lo que no permite utilizarlos al máximo para la agricultura. De hecho en el plan de desarrollo del municipio realizado por la organización no gubernamental La Ceiba hacía ver esto a sus pobladores para que intentaran darle otro uso a los suelos.
“La capacidad de los suelos es para sistemas silvopastorales, agroforestería y tierras forestales. Sin embargo los pobladores no la usan de acuerdo con su potencial. Por el contrario, la utilizan como si su capacidad fuera agrícola. Prueba de ello es que los pobladores no tienen crianza de ganado”, dice el plan. “Es cultural”, agrega Monterroso.
En la escuela de la aldea Cuate hay inscritos 240 alumnos para el 2011. Pero en la actualidad sólo llegan 125 porque el resto fue a cortar café o caña. “Sólo vienen un par de meses y después se van. Regresan a finales de abril y hay que recibirlos otra vez”, dice, con un gesto de desidia, Pedro Mateo profesor de la escuela. Agrega que buena parte de los alumnos llegan a dormir en lugar de estudiar. “No es culpa de ellos: caminan unos tres kilómetros y no desayunan; no puedo esperar que estén alegres ni con ganas de aprender”. Ofrece hacer una prueba. Entra al salón y pregunta:
–¿Quién desayunó hoy? Que levante la mano –De veinte alumnos, nueve levantan la mano. –Ahora vea lo que desayunaron – me dice el maestro, y pregunta: –¿Qué comieron?
–Yo caldo de hierba, profe.
–Yo un pan y café.
–Yo frijol y tortilla.
–Yo un ricito.
–Ve. Y esos son los que comen algo. El resto nada, nada. Así no aprenden ni aprenderán.