Poco eco tuvo en los medios la sentencia a Víctor Soto, Víctor Ramos, Axel Martínez y Aldo Figueroa por la ejecución extrajudicial de diez reos en dos operativos: Gavilán y Pavo Real. Entiendo el silencio, el desinterés.
Puede que sea porque es una noticia referente a un hecho de hace seis años y como tal, la memoria colectiva que todo lo perdona y olvida, dejó que esto se fuera al caño donde tarde o temprano terminan todas las desgracias de este país.
Puede que sea porque las víctimas no producen empatía, dado que todos estaban condenados por delitos graves.
Puede ser que aún quede el caudal de héroes que se forjaron con la opinión pública en el dos mil seis.
Erwin Sperisen, Javier Figueroa y Carlos Vielmann aún esperan juicio por estos crímenes, refugiados en Europa. Vaya caso. Los policías de rangos medios, que usualmente vienen de familias de clase media o pobres, ladinos, están enfrentando a la justicia y siendo condenados, mientras los que dirigieron la operación, planearon y dieron el respaldo de un gobierno, buscaron el refugio del exilio en el sitio donde se encuentran su raíces.
No hace falta mucho para notar el espíritu de conquista que tuvo esta cruzada que formaron estos hombres contra el mal del crimen organizado, “las lacras de la sociedad” tal como les gustaba llamarlos.
Sperisen desde su programa Valor y Servicio, transmitido por canal 27, un medio religioso, era una mezcla de pastor, policía y sospechoso de asesinato.
Dios era invocado cada mañana en el cuartel general de la Policía por Sperisen que les hacía marchar y orar. Iban a atacar el mal.
Vielmann, ese espigado hombre de mirada atenta, era el eje de contacto con las familias más acaudaladas del país. En ese gabinete, el más atacado, el más desgastado, el que cargaba con el peso de la encomienda.
Figueroa, colega de Sperisen, un dentista venido a cazador de hombres.
El resto del equipo, muchachos interesados en pasar el tiempo disparando armas contra el subdesarrollo.
Cuánto aplaudía la gente a esa banda. Cuánta emotividad de tomar por primera vez venganza contra el mal. Cuánta felicidad de saber que acabaríamos con la rabia mordiéndonos.
Ahora que reviso los titulares de aquella época, encuentro un editorial en El Periódico titulado “El rescate de Pavón” cuya primera frase, es un aplauso sostenido a los hoy sentenciados: “Después del vergonzoso e increíble asalto millonario, sospechosamente perfecto, al aeropuerto de la Aurora, la opinión pública de Guatemala ha recibido con alivio y esperanza el rescate de la Granja de Rehabilitación de Pavón, en Fraijanes, efectuada el lunes pasado por fuerzas combinadas de la Policía y del Ejército nacional.”
Aunque luego, fue el único medio que cambió de postura y se atrevió señalarles directamente de ejecución, publicando incluso fotografías de la manera salvaje en que fueron acribillados los reos a quienes hicieron salir desnudos.
Seguro esa imagen ya fue olvidada, porque ese cuerpo no era un cuerpo sino la representación del mal, un perro rabioso como cualquier otro.
El Estado guatemalteco decidió que la solución al problema de seguridad era el exterminio. No hablo de 1982, sino del reciente 2006. El Estado guatemalteco usó para el exterminio equipo donado por los honorables ciudadanos que contribuían a la causa, policías que no eran policías, capuchas, asesinatos a sangre fría. Sigo hablando del 2006.
Es una sombra del estallido del conflicto, acaso una chispa que aún se mantiene encendida. Quién sabe en cuántos pechos aún arda esa llama patria de querer traer la luz a Guatemala, acabando con los malos. Cuántos están dispuestos aún a tomar un arma y salir a hacer lo que creen es justicia, cuando es una venganza burda. Cuántos creen aún que estos son los héroes que nos están librando a los ciudadanos honrados del crimen.
Cuántos gozan con la muerte. Cuántos buscan aún cualquier cosa para justificarla.
Este país es un buque que navega por aguas escarlatas, cerca del círculo polar. Puede que se hunda pronto, puede que naveguemos por siempre como un barco fantasma habitado por muertos que nunca salen del barco.
La noche del sábado un feto fue abandonado en la iglesia la Merced de Quetzaltenango. Puede que sea la mejor imagen para lo que intento explicar al mirarnos: nacemos muertos en una Fe que solo sirve para ungir cuerpos antes de ser enterrados. Este país se sostiene con la sangre y no sabe otra forma de vivir, por eso pasa desapercibido todo el horror, porque es el combustible que lo motiva.
Aún así disiento. Y celebro, silencioso, que un Tribunal de Justicia crea que el horror es horror y que no lo permita, que los haya condenado como los criminales que son.
Quizá sueñen estos condenados, con que cualquier noche, puede venir un escuadrón con sus mismas caras a hacer justicia, desnudándolos mientras les apuntan con rifles, que dipararán ráfagas, la última luz que verán en sus vidas de héroes en un país de sicarios.
Y que su sueño nunca se cumpla. Pero que lo sueñen a diario, durante cada día de su condena.
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