La vi porque creía que una amiga salía en ella y, ya saben, por la curiosidad y por cierta fantasía de ver a un conocido en la tele. Ha sido —sin dudarlo— la peor película que he visto. Al final ni siquiera era mi amiga la actriz y los personajes hablaban de manera impostada, puerilmente, casi como unos teletubbies. Pero, bueno, eso uno lo entiende y dice: «Qué actores tan malos. He visto peores».
Pero cuando empiezan a hacer la propaganda sin la mínima intención de esconderla, pasando frente a la cámara los productos que promocionan, me sorprendí. Y me llamó la atención.
En una escena, un tipo le pasa a otro el envoltorio de una galleta. Y cuando el otro lo recibe dice que son las mejores galletas del «mundo mundial» o algo semejante. Cuando están a punto de subir a un autobús hay un rótulo de otro producto. Y antes de abordarlo los actores alaban la marca riéndose gozosos.
Fue la única película que vi de él y que pienso ver. Noventa minutos de pura propaganda. Me recordó cuando una prima caprichosa no se satisfacía con ningún canal y cambiaba y cambiaba la programación completa. Se mantenía llorando hasta que decía: «¡Quiero ver anuncios!».
Tal vez los recuerdos me traicionen y no era tan descarada la cosa. Pero así lo tengo en la memoria. Y cada vez que escucho la voz de Jimmy hablándonos como si fuéramos sus mascotas, explicando —igual que Roxana— que no, que esperemos, que no entendemos, que así no es, que tranquilos, se me viene la película y su fracaso como cineasta.
Después escuché que Jimmy, de hecho, se ufana de esa manera de hacer cine, como si fuera algo novedoso. Pero en verdad lo peor es que alguien me dijo que una de esas licas había sido la más vista del cine guatemalteco. Espero sinceramente que Ixcanul la haya rebasado por mucho.
También repaso una cena a finales de 2011, justo antes de que tomara posesión Otto Fernando. Ciertas personas con las que yo comía decían que ahora sí, que esta vez se había integrado un gabinete empresarial, que no había ganado Baldizón, que todo era champán y productividad. Chas que no fue así.
Cuatro años después, ciertos ciudadanos —la mayoría expartidarios de Otto Fernando— andan en las mismas, escudándolo, aunque salten ya importantes cuestionamientos. La mano derecha de Jimmy tiene una imputación por desaparición forzada. Discúlpenme, pero no es cualquier delito. Y está pasando ya un poco desapercibido este asunto, y a la Corte Suprema de Justicia le empieza a pelar el huevo resolver ese antejuicio.
Además, a la ministra Ordóñez no le da pena decir que ha sido contratista del ministerio que ahora dirige, donde se mueve toda la plata de las carreteras. Sabemos que ese tipo de ministerios no los dan arbitrariamente. No quiere renunciar —además de que le debe al fisco—, pero creo que terminará haciéndolo.
Debo admitir que hay cierto cambio comparado con el gobierno de Otto Fernando. Hace cuatro años el Patriota disfrutaba un trance anfetamínico de poder y egolatría. Esta vez, desde el día uno —o desde antes—, ya la gente estaba encima del Gobierno. Porque de otra forma no camina nada.
Conociendo esa forma de hacer negocios-filmes, no me parece extraño que la visita de nuestro presidente de a sombrero a Al Macarone, empresa que patrocinó sus películas, se haya dado como uno de esos buenos oficios, a la cual le añadió un toque de camaradería con los humildes. Él no es un populista. Él solo está en su película.
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