Dos cubos de hielo crujen levemente en el trago del oligarca chapín, blanco, con camisa impecable y saco, el espíritu relajado por el buen tiempo y la pierna cruzada mientras su equipo atiende los detalles incluyendo al helicóptero en la pista. Un pequeño incidente lo obliga a esperar en el aeroclub que no suele visitar porque tiene su propio hangar, pero toma las cosas con la calma que emana del poder. Voltea ante la preocupación de su joven interlocutor que le increpa porque el país está en manos de narcos y mafiosos que ya no los necesitan ni para financiar campañas. Don equis, que tiene apellido con pedigrí le dice con tranquilidad:
«Mijo. No es la primera vez que ponemos las cosas en orden. La CICIG y los comunistas tenían que ser expulsados o eliminados. Todo lo que ves a tu alrededor está construido por sucesivas campañas para poner orden. Y lo volveríamos a hacer si fuera necesario».
El síndrome de Elon Musk se manifiesta y quien habla lo hace con la certeza de que tiene la verdad porque puede comprarla y reconstruirla a su antojo. No necesita explicaciones porque su sentido maniqueo y práctico, útil para los negocios, también le sirve para lidiar con quienes considera sus enemigos.
«Ultimadamente» este país es nuestro, piensa; y peores cosas se han hecho para proteger a la familia. Si mi papá apoyó la limpieza de comunistas en la guerra, esto no es nada y como siempre, vamos a prevalecer porque además ya nos diversificamos, operamos multinacionalmente y esta ficha si se pierde, es porque se jugó bien.
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A unos metros alguien trata de disimular que toda su atención está siguiendo la conversación, alguien que quiere conocerlo, que sabe quién es y que sueña con platicarle de grandes negocios, pero se contiene. Su helicóptero es más moderno, su aparato de seguridad es igual de sofisticado, su capital es inmenso, y hasta su aspecto es el correcto, muy zacapaneco, pero no tiene el apellido, y aunque sus hijos van al mismo colegio y comparten lujos, serán ellos y no él quienes hagan honorable el nombre y se integren, como en el lavado de dinero, a las familias de bien, las que mandan y las que siempre han dirigido la Guatemala azul y blanco, cristiana, profamilia, de derechas.
Un instante después se cruzan saliendo hacia la pista y nuestro ansioso amigo oriental se tropieza haciendo rodar por el piso un pesado libro «las 48 reglas del poder». Antes de darse cuenta, Don equis se acerca, recoge el libro y se lo entrega con un guiño que significa aprobación y un «cuídalo que es un excelente libro», seguidamente se pierde entre su séquito y el joven esta vez se adelanta y le dice a su papá: ¿sabes quién es ese? ¡Es un narco! Y la respuesta no deja de sorprenderlo: «ya lo sabía» y agrega en voz baja: «cuando se trata de limpiar la mesa, hasta la CIA ha hecho tratos con narcos, Uribe en Colombia también lo hizo como muchos y lo que vos tenés que hacer, es saber quiénes son y guardar la distancia. No volteés, que ya te conozco, poco a poco vas a ir aprendiendo».
Las naves despegan, desde el aire el clima perfecto de Guatemala solo permite ver volcanes, bosques, cielo azul y la certeza de que nadie puede desafiar al poder, ese poder real donde todas las pajas de los chairos sobre la pobreza se diluyen. El país tiene la mejor macroeconomía y vamos por el rumbo correcto, esa es la idea para compartir con el directorio que hoy se reúne en el ingenio.
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