El bien común es el fin máximo del Estado, según la Constitución, pero, evidentemente, al observar a nuestro alrededor podemos constatar que no se cumple sino que el Estado se enfoca en beneficiar a un grupo exclusivo de personas que se nutren de los beneficios producto de las actividades estatales, es decir, públicas, es decir, de toda la población.
Esta construida idea delictiva contra determinadas personas a veces se deriva de ciertas características que se convierten en estigmas po...
El bien común es el fin máximo del Estado, según la Constitución, pero, evidentemente, al observar a nuestro alrededor podemos constatar que no se cumple sino que el Estado se enfoca en beneficiar a un grupo exclusivo de personas que se nutren de los beneficios producto de las actividades estatales, es decir, públicas, es decir, de toda la población.
Esta construida idea delictiva contra determinadas personas a veces se deriva de ciertas características que se convierten en estigmas populares según los cuales el delincuente es quien roba celulares, quien asalta las viviendas, el robacarros, el pandillero que cobra extorsión, etcétera.
En esta visión, los jefes de todos ellos no representan una figura delincuencial ante los ojos sociales. Aquí me refiero a personas encopetadas que por medio de buenos oficios, tranzas de alto nivel y llamadas telefónicas mueven el mundo ilícito para que el Estado permanezca en un pantano encharcado en podredumbre, con los niveles de corrupción, miseria, violencia y pobreza a los cuales nos hemos acostumbrado.
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En los últimos años se ha revelado la corrupción de altos vuelos que ha permanecido oculta incluso en los medios corporativos, los cuales son financiados por personajes que controlan la economía lícita e ilícita y mandan el quehacer político en su propio beneficio. Me recuerdan una frase de la serie Peaky Blinders que el protagonista, Tommy Shelby, le dice a su familia: que las personas que redactan las leyes están por encima de ellas.
Esta destrucción del concepto de delincuente ha sido uno de los grandes logros de la Cicig, uno que causa furor en los grupos que por décadas (¿siglos?) han estado por encima de las leyes y de la Constitución. El cielo desde donde han mandado les otorgó una legitimidad que luego de tanto tiempo se va desvaneciendo.
Esta consecuencia simbólica que amplía el concepto de delincuente provocó que se fraguara una contraofensiva para poner orden en la forma de impartir justicia, para que no se persiga más este tipo de delincuencia que no es considerada como tal por las élites, sino una manera en que las cosas funcionan.
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