Nos hemos acostumbrado a convertirlo en “el otro”, en el sentido simbólico que da Lacan a este concepto. Algo muy parecido a lo que reflejaba Stevenson en su famosa novela de 1886 El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de tal modo que aquel al que responsabilizamos de las consecuencias de nuestros actos es distinto a nosotros mismos. Culpamos al Estado de todos nuestros males y, al mismo tiempo, queremos que nos satisfaga todos los deseos.
Y no es así. Los representantes públicos, son eso: R-E-P-R-E-S-E-N-T-A-N-T-E-S. Personas elegidas del conjunto social que simbólicamente actúan en función de uno. Olvidémonos de que nos vayan a buscar trabajo, a financiar un negocio o educar a los hijos. El único que puede resolver los propios problemas es uno mismo. Y aunque los políticos sean también como tales, responsables de sus propios actos, no lo son más allá que en lo que le confiere su propio cargo, conforme a los procesos legales del país.
Es verdad que los políticos son malos. Pero, al mismo tiempo, es una generalidad tan absurda como decir que los médicos, los abogados, los sacerdotes, los profesores son malos. En cierto modo, cuando más descompuesta esté una sociedad en función de sus valores más malos serán sus políticos y también sus médicos, abogados, sacerdotes y profesores. La responsabilidad es el valor por el cual tomamos conciencia de nuestros propios actos y asumimos sus consecuencias.
Es sorprendente que una sociedad que mantiene estrictos tabús con respecto a la sexualidad, donde se pretende que todos los jóvenes se mantengan vírgenes, los embarazos se produzcan a edades muy tempranas. Qué pasa, lo hacen por esporas, se suben a los ascensores y se quedan embarazados. Están paseando por el campo tranquilamente y zas, se embarazan. No señor, hacen lo mismo que se ha venido haciendo desde que el hombre es hombre. Una acto que no reviste mayor importancia, que no conlleva mucho tiempo y que no genera muchas más endorfinas que las de comerse una tabla de chocolate, pero que tiene irreparables consecuencias.
Fíjense que digo embarazados y no embarazada, porque la responsabilidad es conjunta. De la joven y el joven. Sin dos, queridos amigos, no hay embarazo posible y el hecho de cargar nueve meses con la criatura no le hace a uno más padre. Aunque pareciera.
¿De quién es la culpa? Tuya. Que como padre educas a tus hijos en una pureza ingenua, cuando todos hemos salido del mismo canasto. La verdad es que hay embarazos no deseados, matrimonios de conveniencia, infidelidades y gente deshonesta. En esa realidad deberíamos educar. Que las niñas aprendan que no han nacido para servir al hombre, porque los hombre pueden dejarlas tiradas en cualquier momento. Que ellas mismas se van a tener que hacer cargo de sus familias. Que a los niños se les enseñe que también tienen que criar a sus hijos, porque son suyos y la responsabilidad no queda en pasar la manutención o llevarlos a la escuela.
Los predicadores, los maestros, los periodistas también perpetuamos la irresponsabilidad cuando participamos de esta ficción de pureza y castidad. Ayudamos a generar nuevos ciudadanos que no tendrán padres que les eduquen, carecerán de una educación mínima, no tendrán acceso a la salud o a un trabajo. Aun así, pretendemos que no haya más delincuentes. La culpa es nuestra no del Estado, solamente nuestra.
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