En mi círculo familiar y social inmediato escucho con frecuencia los lamentos por no contar con un sistema de salud, seguridad democrática, educación de calidad o un Estado que rescate y proteja el medio ambiente. Del mismo modo, y esto es muy preocupante, las personas suelen culpar a los políticos por los males del país y describir la corrupción como algo inevitable. De allí se desprenden dos problemas que me provocan a escribir esta columna:
El primer problema que me preocupa es la reacción habitual cuando uno le dice a alguien que un Estado funcional depende de que paguemos más impuestos de forma progresiva, es decir que pague más quien gana más. Incluso las personas asalariadas y las que trabajan en la informalidad suelen reaccionar a esta afirmación con un rotundo «no, porque se roban el dinero» y no suele haber forma de continuar racionalmente una conversación en la cual nadie quiere pagar un centavo más. Esto sin duda es una prueba de cómo se ha construido hegemonía para satanizar lo público y para garantizar que todo lo que tenga que ver con pagar impuestos es inherentemente malo. En otras palabras, queremos un Estado funcional a partir de la fantasía de hacer ahorros como no pagarle salario a los diputados, lo que me lleva a lo siguiente.
El segundo problema es esencialmente la trampa más poderosa que mantiene este país a merced de mafias: «no reconocemos al enemigo de clase», primero porque no existe la clase media, lo que tenemos frente a nosotros es una clase trabajadora y una clase que controla cómo funciona este modelo capitalista. Esa otra clase dominante es con sus matices y dinámicas, la responsable de que no haya educación, salud, seguridad, protección ambiental, reducción de riesgos, competencia comercial, igualdad ante la ley y muchas otras aspiraciones legítimas. Esa clase es la responsable de que se mueran de hambre bebés en este país y esa clase está coludida con mecanismos sofisticados de alienación religiosa y entretenimiento compulsivo.
¿Por qué es una trampa no reconocer como enemiga a esa clase social? Simple y llanamente la razón es que la gente culpa de los males del país y de los males propios a los políticos de turno que, responden a la lógica del enriquecimiento a partir de los favores que hacen a quienes controlan el país. O dicho en otras palabras, a esa clase social que pone las reglas siempre a su favor, le conviene que culpemos a los políticos porque esos políticos son piezas intercambiables y no importa qué discurso propongan, estarán allí poco tiempo. Si son obedientes, pueden continuar robando y recibiendo financiamiento. Si no son obedientes, se les reemplaza.
[frasepzp1]
Finalmente, no perdamos de vista que la derecha ha gobernado este país y que solo un par de proyectos con matices progresistas intentaron que los ricos pagaran más impuestos. Ambos proyectos fiscales fracasaron y terminaron sirviendo al mismo sistema disfuncional. Por lo tanto, nos hemos debatido entre las derechas corruptas, religiosas y descaradas y las derechas cultas, políticamente correctas pero, al fin y al cabo, obedientes al sistema en lo fundamental: no tocar los privilegios históricos de quienes controlan el país.
Esas derechas buenas a los ojos de las masas, son las que seducen por los votos cada cuatro años. Si quedan bien o mal con la gente no importa mucho porque su tarea es que las cosas no cambien y de hecho es una tarea casi imposible cambiar las cosas con una Constitución que protege privilegios, con un sistema judicial para el mejor postor, y con un Ejecutivo atravesado por ideologías conservadoras y por oleadas sucesivas de personas interesadas en que todo siga igual.
La derecha buena no existe porque lo que hace en esencia es postergar el cambio social que debe ser radical. Hoy en día, reina la vulgaridad, la posverdad religiosa en feliz matrimonio con el narcotráfico, pero detrás siguen estando los mismos. Los escasos derechos civiles que tenemos y los servicios que todavía sobreviven, como el IGSS, no fueron regalos de derechas elegantes o vulgares, fueron conquistas sociales y solo con una aplanadora de izquierda en el Congreso habrá un cambio de rumbo favorable a la clase social trabajadora.
Más de este autor