La hora de las alianzas

Esto genera discusiones entre quienes plantean alternativas distintas, un intercambio sano, pues entre varias mentes se van creando nuevas posibilidades que respondan integralmente a las necesidades de un país.

El problema —según he leído en algunos estudios de psicología social— es que al profundizar estos debates en Guatemala se tornan irreconciliables aun en grupos con objetivos parecidos. Entonces llega un momento en el que alguno se retira del diálogo y se marcha por su camino, se lleva a los suyos y conserva el cacicazgo.

La desconfianza heredada de un conflicto armado longevo facilita que cada quien se refugie en pequeñas trincheras, defienda desde ellas un pedacito de terreno y se niegue a una articulación aun con quienes naturalmente podrían ser aliados.

En lugar de una apertura para buscar convergencia y crecimiento, optamos por cruzar los brazos ante nuevas formas que pueden poner en jaque nuestra concepción. Llegamos a ver en un tablero de ajedrez dos peones colocados enfrente, sin chance de avanzar.

Luego de las jornadas de manifestaciones que estallaron en las plazas del país a lo largo del año pasado, se ha formado una serie de grupos que desde diferentes espacios transmitimos ideas, críticas, propuestas.

Mucha gente de variados orígenes nos conocimos manifestando y ahora buscamos aglutinar esfuerzos para impulsar cambios y darles continuidad a los procesos de depuración que han arrancado, pero que necesitan un músculo social para que sean duraderos.

El problema que se da es el mismo, y no me excluyo de padecerlo. Creemos tener cierta verdad, y los matices se convierten en barrancos intransitables que imposibilitan una alianza para apoyar iniciativas organizativas. Queremos que nuestro colectivo y nuestra propuesta sean adoptados por los demás. Y como cosa natural tendemos a la dispersión, que es lo que se ha practicado siempre.

Afortunadamente hay personajes que se dedican desde el silencio a construir puentes: ese es su oficio. Son tan importantes porque desde un punto sin prejuicios se sientan a escuchar con atención, dispuestos a incorporar lo que están recibiendo con la intención de mejorar. Saben que no hay una receta, sino que en el camino se va labrando, honrando la diversidad, propia de esta existencia.

Lo triste es que, si no aprendemos de estos articuladores y cambiamos esta forma insular de relacionarnos, los grupos que están luchando por que nada cambie lograrán su cometido una vez más. El tiempo en el que vivimos es apremiante, ya que por primera vez en muchos años se ha relegado a las estructuras criminales, pero estas no están del todo extintas.

Si no logramos ceder a los intereses propios de cada organización con tal de alcanzar un fin mayor —una plataforma en verdad fuerte, donde quepa un abanico de visiones—, todo habrá sido en vano, pues quienes intentan regresar al pasado sí tienen un indiscutible punto de unión: la impunidad.