Este reacomodo ideológico tuvo un acicate importante en la publicación del libro de Álvaro Velásquez, Ideología burguesa y democracia, el cual mostró las fragmentaciones doctrinales de una derecha que, sin embargo, mantiene posiciones monolíticas cuando se trata de la defensa de sus intereses frente a las demandas que exige la dignificación de la sociedad guatemalteca.
Esta apuesta republicana supone una renovación frente al agotamiento de discursos neoliberales en los que ya nadie cree. Marcando distancia respecto a un libertarismo cada vez más huero y ramplón, el discurso de la derecha guatemalteca se ha empeñado en confeccionar una carta de presentación que apela a valores políticos como la ciudadanía activa, el gobierno de las leyes, la consecución del bien común, la división de poderes y la oposición al poder arbitrario. Dichas referencias se apoyan en las ideas de autores que van desde Aristóteles y Cicerón hasta Philip Pettit, pasando por Maquiavelo, Montesquieu y algunos pensadores políticos norteamericanos de los siglos XVIII y XIX. Llama la atención, desde luego, la ausencia de referencias a los valores políticos indígenas que, informando un sector de nuestra sensibilidad profunda, muestran su relevancia para pensar un destino que se nubla frente al desafío ambiental. Pero a decir verdad ¿es de extrañar que estas élites persistan en esas actitudes excluyentes que se han enraizado a lo largo de cinco siglos?
De este modo, frente al marcado carácter antidemocrático de nuestras élites, no sorprende que la mencionada propuesta exhiba una serie de inconsistencias que desmienten los profundos valores del republicanismo. Estas carencias se evidencian cuando se reflexiona acerca del significado de la libertad, una noción interpretada de manera divergente por republicanos y liberales. En efecto, mientras que la visión republicana entiende a la libertad como no dominación, la postura liberal tiende a concebir a ésta como simple falta de interferencia. Ahora bien ¿no resultaría indudable para un republicano consistente que la desigualdad oprobiosa de una sociedad como la nuestra se articula a partir de las relaciones de dominación más indignas? Bajo una perspectiva republicana, esta sociedad no ha sido libre ni ahora ni antes. Es una inaceptable inconsistencia que, frente a estos problemas obvios, nuestros republicanos acudan entonces al liberalismo para promover el valor de una libertad individual que, desde luego, siempre entra en relaciones tensas con la noción de libertad entendida como no dominación. La libertad individual no puede acomodarse sin más dentro de la idea de autogobierno racional que ha sido parte fundamental de la tradición republicana.
Es indudable que ese nebuloso y ambiguo sentido de libertad irradia sus inconsistencias a otros ámbitos del discurso republicano de nuestra derecha. Es una tarea dificultosa inscribir la opción por una visión liberal del mercado desde una perspectiva genuinamente republicana. Sin embargo, la propuesta republicana que describimos asume la vigencia del libre mercado —véase, por ejemplo, el ideario del diario electrónico Repúblicagt (http://www.republicagt.com/directorio/en-que-creemos).
Pero ¿puede sostenerse que el ideal del libre mercado encaja sin dificultades con la idea de libertad entendida como ausencia de dominación, especialmente en el contexto de una sociedad global y local atrofiada por la desigualdad? El ideal republicano busca el autogobierno en tanto éste se expresa en leyes que buscan el bien común. Este ideal abarca el mundo que el ser humano construye a través de la acción comunitaria. Resulta complicado, por lo tanto, considerar al mercado como un área de la vida humana alérgica a la regulación política. Como lo hace ver Philip Pettit, en algunos de sus últimos escritos, la esfera económica simplemente constituye una región de la res pública.
Ante tales carencias, tan innegables como fundamentales, me temo que lo que buscan nuestras élites es más bien confeccionar una visión autocomplaciente de sí mismas. No importa si para ese efecto se acude a decorados conceptuales precarios; el objetivo se reduce a tratar de ocultar la fealdad moral que dichas élites proyectan sobre una sociedad que sólo se les presenta como ocasión de lucro y rapiña. Bajo esta óptica limitada, el ideal de la ciudadanía activa trata de consolidar la presencia de movimientos elitistas que tratan de deslegitimar a los grupos que avanzan causas profundamente sentidas como la erradicación de la impunidad, bajo el argumento de que éstos buscan fines puramente sectoriales. Cada pieza se va colocando en su sitio: el imperio de la ley justifica la obediencia a un orden jurídico que impone los intereses de los grupos extractivos; el ideal del autogobierno intenta desplazar el protagonismo de actores internacionales en la actual coyuntura de la lucha contra la impunidad.
Tampoco puede ignorarse la atracción por la virtud ciudadana de las que estas élites están urgidas a partir de su cuestionable proceder en la actual coyuntura. Es que urge maquillar los compromisos vergonzosos de la derecha con los verdugos históricos de la sociedad guatemalteca. Se ignora que el concepto de libertad republicano es tan profundo que incluso llega a la “república interior”: ser libre significa liberarse a sí mismo de los apetitos irracionales, de la tiranía de los deseos. Pero, a la vista de su conducta política reciente, es claro que la derecha guatemalteca es cualquier cosa menos virtuosa. En efecto, ¿cuándo estos grupos han dejado de pensar en sus intereses como el altar en el cual la sociedad debe ser sacrificada? ¿Cuándo estas élites han cuestionado su opción por la violencia cuando sus agendas e intereses son cuestionadas? Un republicanismo consistente crearía escozor en el alma de los que se benefician de un sistema congelado de injusticia como el nuestro.
En resumen, para proponer una visión conjunta de país, no vale, en este caso como en otros, sólo tomar en cuenta la mitad de una propuesta, precisamente aquélla que más conviene y que oxigena estructuras y actitudes carentes de legitimidad. Adoptar la postura republicana no es negativo, si tal opción se asume con honradez, con compromiso. Si tal decisión no se demuestra con hechos, solo se puede llegar a la conclusión de que lo que estas élites propugnan es un modelo político híbrido que combina lo peor del liberalismo con lo peor del republicanismo.
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