La vieja escuela genera atarantados (2)

El amplio espectro de los saberes hace muy pequeña la aproximación que el docente puede hacer a su alumno. Es imposible abarcar todo lo relacionado con una materia en una clase y pretenderlo es una batalla perdida de antemano en la mayoría de las ocasiones.

No se puede pretender que los jóvenes posean los mismos hábitos de aprendizaje de los tiempos en que se consideraba la memoria y la repetición de patrones el modelo principal de certificación del aprendizaje. En el presente, la educación se ha replanteado a nivel teórico, aunque no tanto a nivel práctico. Se habla de competencias y de que el profesor es más un facilitador que un examinador de conocimientos, pero a la hora de la verdad se siguen valorando las mismas estructuras cognoscitivas.

Para lograr un verdadero cambio en el modelo de enseñanza, se necesita dar un salto cualitativo que permita desligar la educación del proceso de rendición de saberes semanales sumativos que se requieren para aprobar cursos. Podemos cambiar los objetivos por competencias, que si no estructuramos el curso como un proceso de aprendizaje continuo y seguimos impartiendo temas desconectados, con su actividad y examen, no habremos avanzado en nada.

Ken Robinson, un experto en educación a nivel mundial, exponía en su libro El elemento, la verdadera naturaleza del cambio. Si queremos que los jóvenes se sientan estimulados con el proceso educativo y vean en aprender algo significativo, tenemos que apasionarlos. Esta sería en resumen, la propuesta del libro. Es decir, que hay que generar interés en los alumnos por aquello que están aprendiendo. Él lo llama “El elemento” y tiene que ver un poco con encontrar aquellas destrezas que mejor desarrolla el individuo y potenciarlas, para que contribuya en convertirle en un componente valioso para su comunidad.

Todo este planteamiento no debe mantenerse en una reducción del estudiante a aquellas habilidades para las que realmente muestra interés. Se trata más bien de estimular esas cualidades para que generen la autoestima que le lleve a adentrarse auto didácticamente en las distintas disciplinas de la vida. De este modo, el estudiante se convierte en el propio motor de su aprendizaje, estableciéndose preguntas y buscando las respuestas por sí mismo. Es en este contexto, donde el profesor enseña, guía, responde, ayuda a la búsqueda conocimiento, generando didácticas y procesos que beneficien este aprendizaje.

Para que se deé tal intercambio, se necesita romper con las encorsetadas materias convencionales y abrir los contenidos de los cursos a propuestas de autogeneración de conocimientos. Las evaluaciones se generan como pasos, los documentos son apoyos para conseguir superar las tareas y la lógica de avances la va estipulando el propio grupo de trabajo, con las características propias a sus capacidades y ambiciones. El profesor observa la evolución para destacar las lecciones aprendidas y motivar las zonas de debilidades.

Se trata de una práctica de liberación del rol profesor-alumno en donde los papeles se intercambian. El profesor ya no es el demandante de conocimiento, sino el alumno. Una liberación que sin duda infunde terror en las mentes más tradicionales, que ven en estos parámetros un ideal impracticable. Sin embargo, la práctica genera todo lo contrario. Los estudiantes se estimulan, exponen planteamientos a veces más allá de los requeridos en el curso, exigen cumplimiento de plazos de parte de sus compañeros y del profesor. Además, y no por ello menos importante, se genera una disciplina en el aula auto-regulada, incentivada por el ánimo de aprender y cumplir con las metas planteadas.