Como toda joven recién graduada (egresé del Instituto Normal Centro América, INCA, como maestra de educación primaria urbana), estaba llena de ilusiones, de emociones encontradas, de expectativas y un poco de incertidumbre.
Recuerdo que el primer día de clases, quienes recién ingresábamos a la Facultad de Humanidades fuimos convocados al aula de mayor extensión del segundo nivel, la que queda a la par de la Tesorería. Una catedrática nos iba diciendo que nos colocáramos en determinada ...
Como toda joven recién graduada (egresé del Instituto Normal Centro América, INCA, como maestra de educación primaria urbana), estaba llena de ilusiones, de emociones encontradas, de expectativas y un poco de incertidumbre.
Recuerdo que el primer día de clases, quienes recién ingresábamos a la Facultad de Humanidades fuimos convocados al aula de mayor extensión del segundo nivel, la que queda a la par de la Tesorería. Una catedrática nos iba diciendo que nos colocáramos en determinada fila según la carrera que estudiaríamos. La última fila la asignó para los estudiantes de filosofía, que éramos solo tres.
Así, desde entonces, mi vida ha estado vinculada a la Universidad de San Carlos. En las aulas de filosofía entablé las mejores y aún perdurables amistades, que han resistido las pruebas del país y del tiempo. Luego, incursioné en otras escuelas y facultades donde he ido forjando más amistades y recuerdos. Si hago un balance personal, pese a los problemas que afronta la Universidad, el resultado siempre es positivo.
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Lo que he y no logrado llevar a cabo a nivel académico se ha desarrollado entre y a partir de las aulas de la Universidad de San Carlos. He tenido excelentes catedráticas y catedráticos a quienes admiro y aprecio de manera entrañable. Muchísimas de mis amigas y conocidas, de mis amigos y conocidos se han formado en sus aulas y hoy por hoy son docentes e investigadores movidos por una vocación irrenunciable, por una visión crítica y un amor inclaudicable por la institución. A sus vidas de estudio, de entrega, de vocación docente y universitaria dedico con agradecimiento y amor estas palabras. También a los miles de estudiantes llenos de ilusiones, de esperanzas y entusiasmo que, año con año, ingresan y egresan de sus aulas. Asimismo, a quienes desde las labores administrativas realizan con dedicación y empeño su trabajo. A quienes, cuando les tocó decidir, ofrendaron sus vidas con la esperanza de hacerlo por una Guatemala mejor.
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La USAC es una institución que ha sobrevivido a los vaivenes de la historia. En los 346 años que se cumplen desde su fundación este 31 de enero, en cada etapa, con lo que en su momento ha implicado, ha estado presente en la lucha por los ideales académicos, por la educación en general, por los principios democráticos, por la justicia y la equidad con el lema «Id y enseñad a todos».
Sin duda, estos años han sido si no los más difíciles sí de un enmarañamiento oscuro. Surgidos desde afuera y afincados hacia adentro muchos también han aprovechado los espacios académicos en aras de intereses personales. Situaciones estas que, lamentablemente, en lugar de reducirse parece que más bien se han expandido demasiado. Este hecho ha contribuido para que los detractores de esta casa de estudios fundamenten sus argumentos para, cada cierto tiempo, proponer su privatización, entre otras cosas.
Ojalá y la Universidad de San Carlos, así como nuestro país encuentren un camino de luz y esperanza en medio de esta pandemia desoladora.
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