«Adolescencia»

Si bien la serie fue realizada y filmada en el Reino Unido, pese a las diferencias culturales e institucionales que existen con respecto a un país como Guatemala, por ejemplo, conmociona por algunos de los elementos que presenta, ya sea para contrastarlos o ver cómo se dan de manera similar en nuestro contexto. También se evidencia cómo el uso indiscriminado de las redes sociales —cuyo control queda más allá de la supervisión de la familia, la escuela y las autoridades—, condiciona y determina, en ocasiones para mal, las acciones de los adolescentes en particular y de la población en general. Así, pues, aunado a la excelente producción y la actuación de los participantes se han generado críticas que abordan interesantes perspectivas.

La trama gira en torno al asesinato de una estudiante de secundaria y la detención de dos adolescentes compañeros de la víctima. El primero es el protagonista quien es arrestado como el presunto asesino y el segundo es quien proporcionó el arma homicida, un cuchillo.

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Entre los múltiples aspectos a través de los cuales es válido abordar el contenido de la serie «Adolescencia» lo que deseo destacar es uno que se me reveló una vez terminé de verla. No fue la actitud de los maestros de la institución educativa ni el trato respetuoso dado al sospechoso en los lugares de resguardo donde se le recluyó mientras espera el juicio (como si fuera otro mundo si se compara con la situación en que terminaron las niñas del Hogar Seguro en marzo de 2017). No fue, tampoco, la actitud de la policía que, salvo la manera exagerada con que entraron a la casa para capturar al adolescente sospechoso, fue más bien respetuosa, ni la actitud de la familia ni la de la psicóloga que aparece en el episodio tres.

Lo que constituyó un destello explicativo fue la actitud del protagonista al negar una y otra vez su culpabilidad. Al inicio, cuando las autoridades llevan a cabo el primer interrogatorio, cuando su padre le pregunta y en cada ocasión que se le cuestiona niega con vehemencia y convicción que él haya cometido dicho asesinato. Sin las pruebas a la vista quienes lo ven y escuchan (así como los espectadores), creemos en su inocencia y en que, de seguro, hubo algún equívoco que condujo a su arresto a todas luces injusto. Hasta ahí todo bien. Pero luego resulta que hay una secuencia de fotografías tomadas por las cámaras de la ciudad y un video en el cual se evidencia, sin lugar a dudas, que el adolescente, en efecto, fue quien asesinó a la joven.

Ante esta situación no trato de dar una explicación psicológica a la actitud del protagonista. Me di cuenta, de pronto, que la actitud asumida por él es muy parecida, sino igual, a la asumida en términos generales por la sociedad guatemalteca.

Si no es así, entonces, ¿qué mueve a esta sociedad a negar situaciones ante las cuales tiene las pruebas irrefutables y concretas de los hechos? ¿Por qué sigue votando cada cuatro años por los mismos partidos políticos responsables de la corrupción?  ¿Por qué sigue votando por funcionarios que se han enquistado en las municipalidades sin hacer cambios reales para toda la población? ¿Por qué sigue lanzando críticas indiscriminadas y venenosas a los demás en lugar de asumir su propia responsabilidad individual?

Esta situación se da, quizás, porque como sociedad seguimos en una adolescencia en la cual creemos que solo existir es suficiente, que las cosas caen por su propio peso. Tal vez seguimos creyendo que el diálogo no es necesario, que las explicaciones y el conocimiento si no se tienen, mejor. Que las cosas se solucionan solas. Que la negación ante la evidencia es la respuesta correcta. Quizá sea por eso. Quizá sea una forma de autoprotegernos.

Mucho para reflexionar.