Ser bombero voluntario, más que una profesión, es un estilo de vida. En las colonias marginales de la capital, tal como en cualquier municipio o aldea recóndita del país, cuando ya no se sabe dónde encontrar ayuda, allí llega el bombero. Ya sea para llevar a un enfermo al hospital, rescatar heridos de un bus chocado o apagar un fuego.
Pero la actividad más frecuente de un bombero no es asistir a los vivos, sino a los muertos. Por eso, para muchos la sirena de la ambulancia significa balacera.
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Ser bombero voluntario, más que una profesión, es un estilo de vida. En las colonias marginales de la capital, tal como en cualquier municipio o aldea recóndita del país, cuando ya no se sabe dónde encontrar ayuda, allí llega el bombero. Ya sea para llevar a un enfermo al hospital, rescatar heridos de un bus chocado o apagar un fuego.
Pero la actividad más frecuente de un bombero no es asistir a los vivos, sino a los muertos. Por eso, para muchos la sirena de la ambulancia significa balacera. Al bombero se entregan las últimas esperanzas de ver sobrevivir a un familiar en peligro.
Es sábado en la 50 Compañía de la zona 18. Es el último sábado del mes, es decir, fin de semana: pago de salarios, chupes, fiestas y violencia. Durante la tarde ya se registró el primer caso de muerto baleado: Jobito Sipac, 53 años, víctima de extorsión. Dicen que fue asesinado en su casa por un chavito que le clavó seis balas en el cuerpo.
Auri, la esposa, devastada por el dolor, insulta al policía que asistió a la balacera sin intervenir, y ahora ocupa su espacio en la escena del crimen. En cambio, exhorta a los bomberos a hacer un último intento, para averiguar si todavía hay un aliento de vida en los pulmones del caído. Los bomberos hacen lo imposible y se acercan al cadáver para chequear el ritmo cardíaco. Para los familiares de las víctimas es importante que se actúe, con estas medidas de emergencia, hasta en las situaciones irreparables... aunque muchas veces los esfuerzos de los rescatistas sirven sólo de consuelo, para estar seguros que se hizo todo lo posible.
En la estación de bomberos, el día continúa entre un toque de sirena y un partido de billar dejado a medias, un anciano con síntomas de gripe que es llevado al hospital, un almuerzo comido de pie y a las carreras, un adolescente rescatado de la reja que le rompió el pie.
El oficial Alaric Contreras lleva 34 años de carrera en el Benemérito Cuerpo de Bomberos Voluntarios. En más de tres décadas ha visto la ciudad crecer bajo los golpes de la represión armada, las pandillas, las campañas oscuras de limpieza social… Para él siempre es lo mismo: ir al fondo de los barrancos a rescatar los cadáveres. Su mirada vaga, imperturbable, casi indiferente a la confusión que lo rodea, lo expresa todo, en tanto acompaña a dos enfermas y a sus familiares en la ambulancia: parece haber alcanzado un nivel de aceptación de la realidad en el que ya nada lo asombra.
Si no fuera por Contreras y sus compañeros, estas mujeres no podrían acudir a un hospital, ya que viven lejos y no tienen el dinero para pagar un taxi. A menudo el interior de la ambulancia tiene pinta de bus urbano por la cantidad de gente que lleva en sus viajes. Como el marinero frente a la vastedad del océano, Alaric mira inmutable la calle que pasa a 100 por hora: conoce, acepta y respeta las reglas del juego; y asume la frágil rutina que enfrenta como propia.
Cae la noche. La obscuridad se adueña de las calles y el escenario en los barrios de la zona 18 se vuelve más tétrico: el ebrio eco de las cantinas agarra fuerza, las discotecas clandestinas encienden las luces y las calles se vacían de niños; para proteger en sus negras entrañas a impávidos amantes y aviesas siluetas indistinguibles. Justo cuando la colonia oscurece, termina el turno de los bomberos de planta y se retiran, para dejar la batuta a los voluntarios. La mayoría de bomberos no recibe un sueldo.
Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, que durante el día desempeñan oficios de lo más comunes y, a veces, aburridos, se transforman, durante la noche, en paladines de la sociedad. En lugar de quedarse en casa con sus familias y descansar de una larga jornada, los bomberos voluntarios entran en acción, casi como los súper héroes del imaginario colectivo. No por ser “voluntarios” tienen menos preparación que sus colegas contratados: todos son profesionales del rescate y de la emergencia. Serlo como voluntario, añade solamente un mérito mas.
Suena la sirena y en la ambulancia que sale corriendo se encuentran Froilán Duarte, de 66 años, y Carlos Chaj, de 32. Duarte, durante la semana, trabaja como chofer para una empresa y lleva 31 años de ser bombero voluntario. Chaj es reparador de impresoras y tiene dos hijos pequeños que los esperan en casa. Prefiere ser voluntario porque si no el servicio perdería el romanticismo que le fascina tanto. Siempre fue atraído por la mística del personaje de "El Bombero" que tenía desde que era un niño, entonces ahora que ya es parte del “Honorable Cuerpo”; cobrar por su servicio le parecería absurdo: “bombero se nace, no se hace”.
La ambulancia sale de los callejones de zona 18 para perderse en el campo, alcanzando el área rural de San Pedro Ayampuc. Entre la oscuridad aparece una motocicleta, conducida por un adolescente. El muchacho de la moto guía la ambulancia a un rincón donde se encuentra José Gustavo Peralta y sus agujeros ensangrentados en el abdomen. Ha sido baleado y podría morirse en cualquier momento. No hay tiempo que perder. El herido es subido a la ambulancia ante la aparente indiferencia de las pocas personas que rodean el cuerpo. Lo único que el moribundo logra decir a sus rescatistas no son palabras de agradecimiento, es una amenaza: “Si me muero, te morís”.
Carlos Chaj no presta atención, lo único que sabe es que hay que llevarlo a emergencias. Froilán Duarte arranca a 100 por hora, se encuentran muy lejos del hospital San Juan de Dios donde tiene que dejar al herido. Además, ya ha sucedido: una ambulancia que, perdida en el medio de la noche, se ha tenido que detener, obligada por los sicarios, para que estos finalicen su ejecución. Los bomberos lo explican, y lo asumen como parte del “paquete”. Lo que siempre se añade al final de estas absurdas narraciones y, casi como moraleja, es que los bomberos siempre salen bien librados de todas las situaciones más arriesgadas, porque gozan del respeto de las personas, sean quienes sean.
La ambulancia llegará al fin a su destino y el moribundo será recibido por el personal médico del hospital. Otra noche de fin de mes se consuma con el rescate del conductor de un tráiler volcado en la carretera.
Por fin, la sirena deja de sonar mientras la madrugada ya está pintando color rosa el cielo que se vislumbra a través de las estrechas ventanas del dormitorio, donde todos descansan al estilo de los gatos, con un ojo cerrado y uno abierto, preparados para bajar por el tubo en cualquier momento.
En el departamento de Comunicaciones de la zona 3, Mariano Cruz y William “Flash” Gonzáles tratan de aprovechar el momento de silencio para agarrar fuerzas y recomponerse. Flash y Mariano saben que en pocos minutos tendrán que estar listos para recibir al primer periodista que tocará a la puerta de su oficina para grabar el reporte de la ordinaria noche de locura que recién terminó.