Creo que hoy la población migrante está paradójicamente en el umbral, entre los Estados de origen que la excluyen y los Estados de destino que la rechazan, lo cual la obliga a transgredir las normativas imperantes en unos y otros, que son funcionales en defensa de una ciudadanía que va volviéndose cada vez más selectiva.
No es casual que Estados Unidos volviera a ver a Centroamérica, también a propósito de la llamada crisis humanitaria de la niñez migrante, casi al mismo tiempo que en Honduras y en Guatemala se levanta la población contra actos de corrupción al más alto nivel de los Estados. Creo que esto puede interpretarse como un acto pragmático en el cual, para disminuir la migración y a sabiendas de su hegemonía, Estados Unidos presiona a estos países para sostener cambios en sus sistemas políticos y de Gobierno en tanto establece mecanismos de control desde el enfoque de su seguridad nacional para que se controlen no solo la migración, sino también el narcotráfico y el crimen organizado.
No estoy tan segura de que se sea consciente de que estas crisis develadas van más allá de los regímenes de poder y se profundizan por las políticas impulsadas a partir de ese capitalismo neoliberal perverso, que trasciende fronteras y Estados y deja para sí cuotas de la fuerza de trabajo que va requiriendo, además de que coloca en el mercado cualquier mercancía, incluso la de apostarles a la guerra, al tráfico humano y al narcotráfico sin importar el costo. De esta manera, las crisis políticas y de gobierno que acontecen en Honduras y Guatemala, y que desde otra dimensión de la realidad también suceden en El Salvador, con la guerra declarada contra las maras, no se resuelven solo con cambios al sistema político. Es necesario llegar a la raíz del problema, que son los objetivos y los medios con los cuales se busca la reproducción de la especie y su hábitat. Esto nos lleva a proponer la transformación de tal modelo civilizatorio por otro que remplace la mercancía por valores de uso e intercambio, la explotación por economías de solidaridad, el extractivismo por nutrir la tierra y sus ecosistemas y el consumismo por medios de vida.
Esas transformaciones, quizá utópicas para muchos, parecen tener su fuerza impulsora en la osadía de la población migrante, que históricamente ha negado la ignominia de sus Estados, esos que hoy están sumidos en la corrupción y el corporativismo. Traspasa sus fronteras con gritos silenciosos, amplificados a estridentes cuando la violencia la acecha en las rutas y que llegan a ser gritos de gigantes cuando disputan su ciudadanía y convierten sus brazos de trabajo en brazos de lucha.
Así, la población migrante en nuestro continente, en Europa y en el mundo puede mover ciudadanías universales sin negar las múltiples identidades. Puede cambiar estas políticas de hegemonía contra su derecho de movilidad y su anhelo de vivir con dignidad por políticas y prácticas de corresponsabilidad, de distribución de la riqueza y de construcción de un nuevo equilibrio internacional, nuevos regionalismos y nuevos intercambios.
La población migrante ha pasado casi inadvertida como parte de esta crisis que afronta Centroamérica norte, especialmente Guatemala. Por ello, este jueves 29 de agosto, durante la masiva movilización se leía acertadamente en un cartel : «Los invisibles». Es en parte esta población la que nos ha donado, con su osadía y el sacrificio de sus vidas, una de las posibilidades de construir escenarios de transformación. A ustedes mi admiración, reconocimiento y solidaridad con nuestra propia lucha por otra Guatemala y otra Centroamérica ya.
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