«Usted, papá, usted, mamá», son los vocativos que inician prédicas hipócritas basadas en un moralismo egoísta mientras el país respira terror. En la avenida Reforma, la iglesia Verbo se abarrota. Los conversos se multiplican.
«No robo. No miento. No abuso», es el eslogan del empleado público. Se lee en carteles, se transmite en la televisión. Se reitera en una mano con tres dedos al alza. Un domingo se convoca a empleados y a funcionarios públicos al Parque Central. Son los supues...
«Usted, papá, usted, mamá», son los vocativos que inician prédicas hipócritas basadas en un moralismo egoísta mientras el país respira terror. En la avenida Reforma, la iglesia Verbo se abarrota. Los conversos se multiplican.
«No robo. No miento. No abuso», es el eslogan del empleado público. Se lee en carteles, se transmite en la televisión. Se reitera en una mano con tres dedos al alza. Un domingo se convoca a empleados y a funcionarios públicos al Parque Central. Son los supuestos centinelas de un Estado pulcro. La sombra de la nostalgia del honrado Ubico se vislumbra.
El papa Juan Pablo II está por venir a Guatemala. Desde Costa Rica pide clemencia para unos condenados a fusilamiento. El dictador es radical. Misericordia no hay en ese 1983. La ejecución se lleva a cabo puntualmente en el Cementerio General. Luego, las calles de la ciudad se visten de blanco. Es la hora de escuchar al pontífice con la frase de fondo: «En vez de cadáveres en las calles, vamos a fusilar a los que cometan delito».
Memorias mías de adolescente. Memorias que fundan los cimientos de iglesias donde multitudes caen seducidas por el grito, la intolerancia y una vida fuera de la historia. Memorias que fundan un Estado tomado por corruptos, donde por decenios se robó, se mintió y se abusó en forma impune. Memorias que normalizan la violencia del día a día imponiendo silencio a los ruidos sonoros de las muertes. Memorias de un tiempo presente.
Hoy murió Efraín Ríos Montt. Su sombra, la de sus colaboradores y la de sus herederos persiguen un país profundamente desigual y con miles de víctimas de una violencia feroz.
Veinticuatro horas antes del fallecimiento del dictador murió una de las mejores poetas guatemaltecas, Margarita Carrera (1929-2018). Un tema que atraviesa los textos de Margarita es la memoria y la capacidad de la escritura para bucear y resignificar el dolor. En Del noveno círculo (1977), ese brutal descender en la memoria —como los círculos del infierno dantesco— implica liberación: «Te habías tragado todos los cementerios / pero ahora los vomitas / uno a uno / y por fin quedas libre / creyéndolo en rigor/ con tu presencia en el mundo/ transmundo, submundo, desmundo, inmundo / oscilando entre juglerías y biombos / rescatando sin vacilar / lo claro del panal y la lumbre».
Detrás del dictador quedan los cementerios y los duelos. La lumbre parece aún lejana. Escribir es una forma de exhumar a los muertos. El infierno existe.
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