El libro apareció en 1989, es decir, quince años después de la muerte de Asturias. Un breve prólogo a cargo de Blanca Mora y Araujo justifica la publicación de estas cartas privadas para que el lector pueda conocer «un riguroso Miguel Ángel Asturias secreto». Desde esta frase, resulta inevitable pensar en la pequeñez de quien ama, cuando lo declarado y compartido sobrepasa la muerte y, por voluntad de la persona amada, las palabras pasan a ser de conocimiento público.
Aunque Blanca Mora y Araujo indica que el lector podrá conocer al Miguel Ángel Asturias secreto, habría que matizar cómo todas las escrituras siempre se dan en contextos sociales y desde códigos culturales compartidos. Es decir, hasta las cartas más íntimas poseen expresiones y representaciones que sobrepasan lo individual. Las cartas amorosas, como los emails o los mensajes hoy, no son transparentes y absolutamente individuales. En esas escrituras se reflejan los códigos sentimentales de una época. Es más, muchas de esas comunicaciones están escritas desde la arbitrariedad del momento. Escenificamos un estado de ánimo, que después nos será ajeno. Ya no somos aquellos escribientes.
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Las fechas cuando escribe Miguel Ángel Asturias son significativas para entender sus expectativas y preocupaciones en su discurso amoroso. La mayoría están escritas desde Guatemala en el primer semestre de 1950. Para ese entonces, el presidente Juan José Arévalo había rehabilitado las relaciones de Asturias con el gobierno revolucionario. En 1947 Arévalo le había propuesto a Asturias hacerse cargo de la agregaduría cultural de la embajada en Buenos Aires. Se produce así una doble cesura en la vida de Asturias. Quedan atrás los años de la relación de Asturias con la dictadura ubiquista, que Luis Cardoza y Aragón pedirá matizar: «Lo sitúo oprimido por el peso de la noche». Pero también en Buenos Aires Miguel Ángel Asturias conoce a Blanca Mora y Araujo. El azar que une a dos personas distantes geográficamente.
Las cartas, a mi modo de ver, involucran los siguientes dilemas y deseos.
Esperar. Como afirma Roland Barthes, la espera del enamorado es un encantamiento: recibe la orden de no moverse. Se espera una llamada o la llegada del otro con ansiedad, pero sin la capacidad de hacer algo, como le sucede Miguel Ángel Asturias y Blanca Mora, frente a la tardanza del correo o la duda si alguna misiva llegó o no. La dimensión angustiosa de la espera expresada en algún reclamo obliga a ratificar los sentimientos. Miguel Ángel Asturias le escribe a Blanca: «no debes dudar de la invariabilidad del amor que siento por ti». Le propone ordenar el intercambio de cartas: días fijos de envío y de respuestas para aminorar la incertidumbre en la lejanía y resistir el campo oscuro del miedo, de los celos.
Quedarse o partir. Asturias transmite una tensión entre el deseo de mostrar a Blanca el paisaje guatemalteco –recorrer con ella su geografía espléndida– y la eventual incapacidad de ella para vivir en el país. Priva en él la inseguridad que proviene de pertenecer a un país pequeño. En el año nuevo de 1950, Asturias sabe que Blanca pasará las fiestas en casa de los escritores Oliverio Girondo y Norah Lange, donde la historia de amor había empezado. Asturias se pregunta y pregunta a Blanca si se adaptará a la ciudad de Guatemala, si podrá vivir en «este ambiente aldeano». Le preocupa la inserción laboral de Blanca, que trabajaba para ese entonces en el Radioteatro Municipal en Buenos Aires y contaba con una amplia red de hombres y mujeres ligados al mundo cultural. Asturias intuye que el afecto no basta para un proyecto común. Cuál es el espacio posible para el amor es una pregunta que atraviesa las cartas.
Cerrar el pasado. Un tema fundamental en las cartas es el trámite del divorcio de Asturias de su primera esposa, Clemencia Amado. El eventual duelo por esta primera relación está más que resuelto al tenor de las cartas que aparecen en la compilación. Hay un deseo de avanzar en la relación con Blanca. El nombre de Clemencia es inexistente en las cartas, solamente se percibe la prisa por clausurar legal y simbólicamente el pasado amoroso. De aquel pasado quedan dos hijos y Asturias muestra orgullo por sus progresos lectores o por sus aficiones deportivas, ya sea ciclismo, futbol o natación. Informa también de los horarios y actividades cotidianas de los pequeños. Lo que no puede resistir Asturias es imponer en su entorno el nombre de Blanca: «Todos me hablan de ti, todos quieren conocerte».
Consolidar la carrera literaria, optimismo por el país. Para 1950 ya circulaban las novelas El señor Presidente (1946) y Hombres de Maíz (1949). Asturias tiene una clara conciencia sobre su carrera literaria ascendente. Se entrecruzan varios proyectos. La energía que da la curiosidad por nuevos temas es inseparable del momento histórico que vivía el país. Por ejemplo, Asturias trabaja para la fundación de una cadena centroamericana de difusión que facilitara la comunicación en el istmo. Quería aprovechar los Juegos Olímpicos Centroamericanos y del Caribe que se celebrarían en 1950 en Guatemala, en el estadio recién estrenado por el presidente Arévalo, el estadio Doroteo Guamuch Flores. Asturias anuncia en la carta del 18 de marzo de 1950 la conclusión de Viento fuerte, que inicia la trilogía bananera, de fuerte crítica a la explotación de los recursos por parte de la United Fruit Company.
Después de las cartas de 1950, hay un salto cronológico a marzo de 1954. Asturias está en Venezuela. No ha caído la revolución, pero la presión geopolítica de Estados Unidos es brutal. Asturias, como parte de la delegación guatemalteca, asiste en Caracas a la Tercera Sesión Plenaria de la X Conferencia Interamericana. El escritor presencia la soledad del gobierno guatemalteco frente a Estados Unidos, que logra establecer una declaración de anticomunismo en contra del principio internacional de no intervención. Asturias, no obstante, comunica a Blanca la emoción de escuchar al Ministro de Relaciones Exteriores, Guillermo Toriello, defendiendo el proyecto político guatemalteco: «El aplauso fue largo, atronador, como no se oyó otro». Todavía Asturias no vislumbra lo que se viene, pero no descansa en la escritura, ha terminado la novela El papa verde.
Asturias volverá a Guatemala en dos ocasiones En 1959, sin pasaporte, amparado por un permiso del presidente Miguel Ydigoras Fuentes y, en 1966, bajo el gobierno de Julio César Montenegro, quien lo designa embajador en Francia.
Blanca Mora y Araujo acompañará a Asturias hasta su muerte. Su papel en la consolidación de la carrera de Asturias está por estudiarse. Las cartas de amor del escritor expresan los imperativos de la lejanía geográfica, la alegría del afianzamiento afectivo y la seguridad de acompañamiento diario a través de las palabras. Ese tan requerido en los vaivenes de una patria en vilo.
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