Quisiera volver a sentirme arropada por los brazos de papá, escuchar su carcajada ruidosa y desinhibida. Encontrarme de pronto en las platicas familiares de sobremesa, donde más de una vez hicimos guerritas con el migajón del pan.
Me encantaría volver a aquellas tardes de vacaciones escolares cuando en compañía de mis hermanas y vecinas disfrutábamos acampando en el jardín, jugando yax o columpiándonos en las cortinas.
Fue una época de ensueño. No derramé más lágrimas que las que provocó un raspón en las rodillas y al futuro lo llamaba certidumbre. No imaginé que otra realidad era posible, hasta que el tiempo me rompió la ingenuidad. No olvido aquel febrero de 1993 cuando en Merseyside, un lugar situado en las afueras de Liverpool, el niño James Bulger fue encontrado completamente destrozado en las vías del tren. Quienes lo habían asesinado tenían 10 años de edad. Tiempo más tarde, en 2003, otro niño de 10 raptó, golpeó, violó y mató a Amir Beek de sólo 3 años en Nueva Jersey.
La semana pasada volví a estremecerme con la noticia del niño de 10 años que, según testigos, mató a un taxista a sangre fría. En 2012 fueron alarmantes los suicidios de niños entre los 9 y 14 años. Nada sobrecoge tanto el corazón. Si hay algo más horrible que un horrible crimen, es que éste sea cometido por un niño.
Si bien no puede afirmarse que todos ellos provienen de ambientes precarios, sí existen elementos comunes: el abandono, los maltratos y las carencias emocionales. Claro, si a estos factores sumamos la pobreza, la vulnerabilidad aumenta significativamente. Viven sumergidos en submundos inimaginables. Son niños sin infancia, sin candor en la mirada. Nacen, crecen y mueren siendo víctimas del sistema.
Pero, ¿la violencia se hereda o se aprende? Me parece que ambas, varios factores pueden combinarse con la predisposición.
En el caso de Nueva Jersey el niño fue calificado como conflictivo y solitario. No tenía amigos y permanecía la mayor parte del tiempo en la calle. Esto es muy común, especialmente cuando ambos padres trabajan, cuando son criados por madres solteras o cuando simplemente los padres son permisivos por descuido, comodidad e indiferencia. Esta permisividad genera déficit educativo, los padres dan a sus hijos hasta lo que no pueden permitirse alimentando su egocentrismo y criando seres intolerantes a la frustración.
Por otro lado, ambientes donde la violencia estructural, física y emocional constituyen el cimiento de las relaciones sociales, propician comportamientos violentos por defensa o sobrevivencia, o bien, porque la violencia se asume como algo normal.
“Todos ustedes nos llaman sicarios, pero son ustedes quienes han matado nuestras ilusiones”, reclamó un niño participante del Foro Internacional “Infancia y Violencia”, realizado en Valencia, Colombia en 2007. Provenía de un área marginal y según su explicación como la de otros, no se mata sólo por dinero, también es un asunto de lucha de poder entre maras, de identidad, pertenencia y sobrevivencia.
Pero también pueden existir factores biológicos y psicológicos como daños cerebrales que afecten los mecanismos reguladores de la conducta o elementos temperamentales como la dureza emocional, un alto nivel de impulsividad y la ausencia de miedo.
Es cierto que una infancia difícil no determina la vida pues hay quienes logran sobreponerse a la adversidad y salir adelante, pero tristemente no es así en todos los casos, al final, todos necesitamos ayuda para crecer.
Si las autoridades se detuvieran por un momento a analizar con propiedad el ambiente que rodea a la gran mayoría de nuestros niños y adolescentes, posiblemente serían más cautos en sus opiniones y propuestas. ¿Será que el problema se resuelve disminuyendo la edad para que los niños sean juzgados como adultos? ¿O que la salida sea sancionar a los padres “irresponsables”? ¿Es que la violencia se resuelve con más violencia? Me parece que éste es el último recurso del incompetente.
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