Las violaciones de los derechos humanos se sufren, se heredan, se maman como las muecas, el andado y la forma de hablar. Son asuntos que siguen quemando, y sin estas reparaciones las sociedades continúan huérfanas, vengativas y segregadas en castas guerreras. Nos mantenemos con el cuchillo de fuera.
Además de todos estos males producto de la pugna por el poder están los laberintos internos del ser humano, que, por enfocarnos en los antagonismos en las macroestructuras, usualmente releg...
Las violaciones de los derechos humanos se sufren, se heredan, se maman como las muecas, el andado y la forma de hablar. Son asuntos que siguen quemando, y sin estas reparaciones las sociedades continúan huérfanas, vengativas y segregadas en castas guerreras. Nos mantenemos con el cuchillo de fuera.
Además de todos estos males producto de la pugna por el poder están los laberintos internos del ser humano, que, por enfocarnos en los antagonismos en las macroestructuras, usualmente relegamos a una cuestión menor. Olvidar al sujeto, olvidarse a uno mismo, como parte de la ecuación planetaria.
Me refiero a los traumas producto de los puros lazos familiares convertidos en mandatos que van pasándose de padres y madres a hijos. Los absorbemos comúnmente sin querer, inconscientemente, subrepticiamente. Es todo un mundo eso de buscar conocerse, de encontrar los tornillos sueltos. A veces no basta la vida para hallar el núcleo de todas nuestras sensibilidades.
Estas deficiencias generales, la familia, los males individuales, pueden generar de pronto una serie de expectativas que el sujeto no puede contener, no puede alcanzar. Estos intentos infructuosos rebotan en el individuo o en muchos individuos hasta que se cortocircuita la cosa.
[frasepzp1]
Las chispas espantan a la gente alrededor de quien se pensaba que era una persona correcta, calificada como tal y validada debidamente por los títulos y los reconocimientos, pero que en el fondo estaba llenando un cúmulo de requerimientos y mandatos elaborados por el ambiente. Sin fricción, como en una pista de hielo, se deja ir sin darse cuenta. De repente se congela, se paraliza.
Para la liberación de los apegos —origen de muchas disfuncionalidades, del desmedido poder y, por lo tanto, de la avaricia, de las guerras y demás—, ciertas religiones lejanas físicamente de nuestras tierras plantean el doble trabajo: interno (adentrándose en uno) y externo (refiriéndose a lo social, nacional o planetario), pensando siempre en nuestras limitaciones y virtudes y aceptándolas con amabilidad. Trabajar en uno es concebido como otra forma de reparación.
Descuidando a la persona se descuida a su vez el entorno, ya que sobre este caen las consecuencias. Parece cliché esta cuestión, pero la forma de convertir lo que calificamos como oscuridad en procesos sanadores conlleva cohabitar convirtiendo todas esas falencias o posibles fracasos en experiencias fructíferas.
Es difícil dedicarse a explorar el mundo interior, dedicar, por ejemplo, el tiempo que invertimos para ir a la universidad o a ver televisión o a salir a las fiestas, y tristemente surge este impulso sediento solo cuando se alcanzan niveles de desesperación indecibles, cuando se llega a arrebatos suicidas y lacerantes, y el peso de la existencia se convierte en algo demasiado agobiante. Solo ahí brota la buena voluntad: esa plegaria que hace que comience un viaje.
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