Admitámoslo, esos son temas de antaño y despiertan poco interés.
Por otra parte, tenemos temas que son recientes y ya parecen viejísimos. Lo pensé al recordar que el próximo lunes se cumplen siete años de un hecho que cambió la historia del país y que hoy parece muy, muy lejano. Hablo de la manifestación popular del 25 de abril del 2015 (25A). Es exasperante la sensación de estar hablando de la época colonial.
Recordemos un poco: el 16 de abril de 2015 la Cicig, en conferencia de prensa, develó el caso La Línea, una estructura mafiosa integrada por importadores y personal aduanero, bajo control del mismísimo binomio presidencial. En realidad, se sabe que esta operación nació en tiempos de la guerra interna, cuando el ejército tomó control de las aduanas con el fin de evitar la entrada de armas y pertrechos para la guerrilla. Así nació un cártel de oficiales y una inmensa red a todos los niveles. Para 2015 tenían la ventaja de estar gobernada por un general en retiro que a su vez era el presidente.
Los ánimos estaban caldeados también por los descaros de la vicepresidenta en el caso «agüita mágica» y el lago de Amatitlán. Ella, que por sus orígenes sociales conoce muy bien cómo comunicarse con el ciudadano de a pie y lo hizo con mucho éxito mientras duró su carrera política, se acercó demasiado a la orilla con su cinismo durante el famoso paseíto en lancha.
Por si faltara, estaban en el ambiente las impopulares ambiciones presidenciales de Manuel Baldizón (que sí ganó la campaña No te toca), del delfín oficial (Alejandro Sinibaldi) y de la recién divorciada por la patria Sandra Torres. La mítica tolerancia chapina entraba en crisis.
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Recuerdo vívidamente aquella jornada y mis percepciones. Unos días antes, una amiga de un grupo literario había publicado en Facebook (FB) un mensaje que parecía una queja personal más. «Vayamos a manifestar, muchá, no puede ser que nos quedemos callados con todo esto. Les juro que con treinta personas que lleguemos ya hacemos bulla». Se le unieron otras personas y lanzaron sin grandes expectativas una convocatoria por FB. Pasarán años para que alguien pueda explicar con certeza por qué este pueblo, que pareciera tener horchata y no sangre corriendo por sus venas, desató su hastío.
Aquel día me encontré en el parque con muchas personas por las que jamás habría apostado que llegarían. En mi propia familia aparecieron cuatro generaciones, las personas desinteresadas en política, las convencidas de que no hay que meterse en babosadas, las que aseguran que este país no tiene remedio y que es mejor dedicarse a trabajar.
Dominaba el clamor por la renuncia de la dupla presidencial, pero aparecieron demandas y reivindicaciones de todo tipo, como evidencia de que Guatemala tiene una amplia agenda de reformas y de que aquello no fue planificado por fuerzas ideológicas. Así lo decían la diversidad de demandas, los materiales de las pancartas (cada quien hizo la propia con lo que tuvo a su alcance, lo que no sucede en manifestaciones de acarreados y obligados) y la cantidad de sectores que se unieron al clamor. La única manipulación provino del status quo.
Resulta difícil de creer que los sábados se convirtieron espontáneamente en días de protesta en la plaza, y que llegaron hasta enero de 2016. Guatemala fue ejemplo y envidia para el mundo.
Sí, parece historia de antaño, pero no lo es. Hoy estamos en peores condiciones, porque la alianza criminal público-privada se apoderó de la institucionalidad del Estado, ofreciendo borrón y cuenta nueva para los corruptos imputados y procesados e inmunidad a futuro para los actuales depredadores. La institucionalidad de la ley y la justicia son hoy plaza tomada. La pandemia desató cual ejércitos de zombis a los parasitantes del patrimonio público. Pareciera haber poca esperanza, pero siempre vale creer en los 25A. Es claro que este pueblo, si quiere, puede.
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