Has visto transcurrir el siglo, desde la Segunda Guerra Mundial, cuando, según me decías, las medias escaseaban y se pusieron carísimas, hasta las protestas de 2015, cuando las movilizaciones empezaron así, in crescendo, como las de 1944, hasta que el pueblo se hastió por completo y derrotó al gran jaguar.
Has tenido tantos dolores fecundos que me parece que al final soltaste por completo el control de la existencia y te dedicaste a cultivar tu espíritu, aunque no lo llamés as...
Has visto transcurrir el siglo, desde la Segunda Guerra Mundial, cuando, según me decías, las medias escaseaban y se pusieron carísimas, hasta las protestas de 2015, cuando las movilizaciones empezaron así, in crescendo, como las de 1944, hasta que el pueblo se hastió por completo y derrotó al gran jaguar.
Has tenido tantos dolores fecundos que me parece que al final soltaste por completo el control de la existencia y te dedicaste a cultivar tu espíritu, aunque no lo llamés así. Con el taichí, con los grupos a los que asistís, con las lecturas históricas, con esa delicada manera de arrancarles la maleza a las aves del paraíso y de enseñar a pronunciar palabras a quienes considerás tus bisnietos.
Durante estos 30 años que hemos compartido he agradecido en momentos puntuales tu ríspida honestidad, por medio de cartas rigurosamente escritas, para hacerme reflexionar sobre la posible destrucción pausada de mi vida. Siempre he confiado en tu criterio agudo, penetrante y mordaz.
Esta inspiración de la que yo he gozado al conocerte ha sido amplia y generalizada, y es un gusto compartirla con tantos, con primos y amigos, que te consideran su abuela. Porque lo sos. Y sos amiga de todos, confidente, quien puede escuchar sin emitir un juicio condenatorio, quizá porque no practicás un credo por el diablo ni por el cielo y sabés que cualquiera es imperfecto y capaz de cometer los pecados más atroces.
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Estos 90 son una celebración de la continuidad, de la posibilidad sobre la fetidez de las injusticias y del sol que al final brota cercenando aunque sea por pequeños destellos la inmundicia del planeta que nos tocó. Es bailar a pesar del mierdal de allá afuera. Es saber que no se vale adoptar una postura lastimera, que la dignidad rige por sobre las pistolas que ansían arrodillarnos.
Agradezco tantas cosas, como enseñarme a leer a mis cuatro años, pero también enseñarme a leer en un sentido amplio al darme libros, al hablarme de los fracasos históricos, de las traiciones y las lealtades de tantos amigos muertos y de muchos otros vivos que aquí están, compartiendo esta tarde.
Recuerdo cuando nos llevabas a bicicletear siendo niños y jugábamos básquet en la antigua casa, debajo del aro anaranjado colgado en una pared. Recuerdo cuando me hablabas de tus viajes por cada departamento por tu trabajo de maestra de niños aún siendo menor de edad. Porque así era antes: había que dar clases en varios lugares lejanos. Cómo me has hecho notar la debacle de la educación pública, sobre todo desde el terremoto del 76, y la tristeza que te produce ver a Joviel Acevedo desvirtuar el oficio al que le has dedicado tu vida tanto formal como cotidianamente.
Hay tristezas que nunca se irán, y he aprendido contigo que está bien que así sea. Hay quienes nos acompañarán siempre, más allá de este plano, más allá de los fusiles y de los arrebatos cercenadores. He aprendido que en los intentos por hacer que esto avance no se vale claudicar, sino que es una cuestión de toda la vida. Está acá toda esta gente amada, que nos acompaña como cronopios alegres, que estarán con nosotros en cada paso que demos. Como lo has hecho tú y lo vas a seguir haciendo. Podría escribir miles de hojas, pero también he aprendido de ti que la concisión es un arte que no se aprecia lo suficiente.
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