Alguna vez lo habrás oído porque te lo habrán dicho a ti o a una amiga, quizá hasta lo haya hecho tu mamá, o tu abuelita, seguro que se lo has oído a alguien cercano si no, o se haya filtrado en lo que sugieren esos cuentos tan dulces de doncellas, que tienes que portarte bien si quieres ser una dama, ser elegante, no hacer aspavientos, no resultar altisonante ni hablar de sexo con desparpajo y sin velo, no protestar, ir bien peinada sin enseñar más de la cuenta, eso es tan vulgar, que te puedes perforar los lóbulos de las orejas (“puedes” es un decir, ya lo hicieron por ti cuando naciste) pero nada más: mejor si no te taladras las cejas, la nariz, el ombligo, los pezones, la fosa escafoidea; mejor si no te tatúas. Mejor -no es tan difícil- si te portas bien. Mejor si eres respetable. Es decir, si moderas tu lenguaje, si no bailas demasiado sensual, si no hablas de política (no es elegante tampoco hablar de política porque al final los ánimos se enconan y las caras se tuercen, y tú eres tan linda y serena como un estanque), si la política se la dejas a los hombres, los negocios a los hombres, las sucias luchas a los hombres: todo eso son asuntos de este mundo artificial, turbulento e impuro, y terminan corrompiendo cada cosa que tocan; pero tú eres frágil y luminosa como una flor o un cristal perfecto y este planeta es un ámbito peligroso, tú mereces ser protegida, tú mereces un lugar prístino y plácido, lo natural, lo hermoso e inmaculado, la familia. Aprovecha, tú que puedes disfrutar de la familia. Disfruta, madre amorosa. Eres el manantial del mundo futuro, la nodriza del futuro del mundo. ¿Acaso no lo has notado? Las mujeres que hacen la política son corruptas, tan corruptas como los hombres, y además veleidosas, con sus trajes de marca, sus operaciones faciales (qué estrambóticas, ¿verdad?), su ambición desaforada, sus carros de narco, su abrasividad. Lo has leído en los periódicos. O son ideas de esas extranjeras que traen ideas extranjeras y que también parecen hombres -el pelo corto, los pantalones, pareciera que se avergüenzan de ser mujeres-. Tú, criatura linda, seguro que no quieres ser así. Y si eres indígena, no se te ocurra exigir, no denuncies la opresión, no demandes educación, igualdad de oportunidades, no menciones esa palabra tan malsonante del racismo, porque otros dirán ¿qué te has creído? Si eres mujer indígena es mejor que guardes silencio y te quedes a la espera de que en algún momento se ponga atención a la situación de millones como tú. Guarda silencio y sonríe dulce y tímidamente para las fotos. Por eso, mejor si te portas bien, si no estás en medio de nada, en asuntos de hombres, propiedad de tierras, ya sabes, la guerra. Por tu bien, no te metas. Todo eso acaba mal. ¿No lo viste? A las señoras de Sepur Zarco las violaron, las esclavizaron sexualmente, las sometieron oprimieron intentaron humillarlas. Las castigaron. Es la guerra, amiga, y no es cosa de quejarse. Ya lo resumió la politóloga guatemalteca:
y también:
En su momento lo sabían. Si te pilla en medio, quién te manda haber estado en medio, culpa tuya haber estado en medio. Ni se te ocurra alzarte, pedir justicia, protestar contra aquella dictadura militar y terrateniente, terra-robante, contra aquel expolio de tus propiedades y de tus aspiraciones legítimas. Te juzgarán por ello, te dirán que mientes, que eres una extranjera disfrazada, que te manipulan, criticarán tu ropa, tu perraje, te dirán en tribunales: “puta, todo fue culpa tuya”. Lo sabes. Te lo estamos diciendo. Te lo dijimos. No te metas. Ni antes ni ahora. No te opongas a que te triture la rueda del mundo. El mundo, nuestro mundo, está podrido de machismo y de intereses económicos, ya lo sabes, y no hay nada que hacer, si te violan, si te matan, si arrasan tu aldea y tu vientre, la guerra es injusta y qué, aquí y en Asia, hoy y en todo tiempo antiguo, ya lo sabes, ya lo sabías, ahora no te quejes, no te alces, no protestes, aguanta, sé respetable, bella, una mariposa en medio del desastre, aplastada. Así fue, así será, con pequeñas variaciones para hacerlo todo más pasable, menos evidente: antes la violencia explícita, la dictadura militar, la guerra, esa expresión torpe y desenfrenada de las políticas de dominación. Ahora la ideología y la ley, incruenta (la sangre, qué cosa tan vulgar), o quizá esterilizada y aséptica como un bisturí que te abre en canal. Acéptalo. Así es. Cierra las piernas al sentarte. Ponte recta.
Si no, mira a esas señoras de Chitay, en Quetzaltenango, rabiosas, revoltosas, dicen, acusadas de oponerse a que una empresa instale unas antenas de telefonía. ¿Acaso no saben lo que la ley dice? Esa ley dice que tus derechos solo valen si no se oponen a los intereses de las empresas, a lo que llaman interés general. Esa ley dice que el principio clásico de la proporcionalidad de las penas está obsoleto, y que si te pueden meter a la cárcel (de 8 a 15 años) por oponerte a las ambiciones corporativas, a la violación de los derechos tuyos que la Constitución ampara, problema resuelto; esa ley, que no es el único intento, refleja toda la perversión del totalitarismo invertido: “esto es una democracia, un Estado de Derecho, y tú debes desmovilizarte, no protestes, no te quejes, no te organices, no pienses en conjunto, el espacio público no existe, populista, eres un individuo, un único y solitario individuo, tus intereses son distintos de los de tu vecino, de los de tu compañero, no lo mires, no le hables, no te organices, levanta muros, piensa en ti mismo, sé egoísta, limítate a votar, vota, no te olvides de votar”.
La comunidad Chitay lo ha entendido, la comunidad de Chitay está asustada, les llegó la noticia o el rumor de que hay varias órdenes de aprehensión pendientes de emitirse y no quieren hablar. Tampoco salieron a manifestarse y en cuestión de días la antena quedó instalada en la terraza de uno de los vecinos que sí entendió las reglas y arrendó el espacio a la empresa. Si a ellas las metieron en prisión preventiva, ¿por qué no a los demás? ¿En serio había peligro de que se fugaran u obstaculizaran la investigación, como alegó el Ministerio Público? Ellas, ellos, ya lo han entendido. A las brujas (a las rebeldes, ruidosas, revoltosas) se las perseguía para quemarlas y ahora se las encarcela. Aunque para ello sea necesario deformar con argumentaciones paródicas los ángulos más nobles de la historia del Derecho.
Algo así puede que hayas oído, mujer, que te hayan dicho. Perdona tanta mezcolanza, pero hay un hilo común entre todas estas cosas: la desigualdad, la voluntad de someterte, diversas formas de opresión. Si eres hombre, habrás tenido más suerte. Pero seguro que alguien te lo habrá mencionado también: cíñete a los estereotipos: obedece.
Obedece.
Obedece.
Obedece.
No les hagas caso.
Caíste en el mundo para vivirlo, para ser tu propio proyecto. No el fetiche, el instrumento o el trofeo de alguien más. Hazlo. Hazlo bien. Disfrútalo. No es una orden. Es un imperativo ético.