Pedir perdón

No obstante, por lo difícil, no hay que dejarlo de lado, como algo de lo más importante que hay en la vida. Sobre todo esos daños permanentes, lejanos, basados en una relación de dependencia que difícilmente se pueden superar.

Es fácil pedir que te perdonen, cuando uno es adulto y se trata con gente de igual a igual. Cuando uno le pide a un empleado, a un hijo, a un amigo que le perdone por aquella torpeza que cometimos. Resulta incómodo pero realizable el pedirle perdón a nuestra pareja cuando se siente mal, aunque creamos que nosotros no fuimos realmente culpables. No es tan irrealizable la hazaña de enfrentarnos a nuestros miedos y pedir perdón a un compañero de trabajo, a nuestro jefe e incluso a un desconocido.

El perdón parece así algo superable. Sin embargo, se hace a escondidas, en nuestro interior. Es algo tan íntimo y personal que se convierte en una carga pesada. Posiblemente se debe a nuestro orgullo. Tan grande, tan herido, al que queremos proteger de todo mal. Estamos dolidos en el alma con aquel que nos hizo daño. Empezando, quizá, no sé, tal vez dependa en mi caso personal, con nuestros padres. Las personas responsables de criarnos, de traernos al mundo.

Es tan fácil cuestionar la educación. Aquellos que se suponía que nos iban a dar amor, nos abandonan, nos recriminan, nos manipulan. ¡Cómo podemos perdonar! ¿Cómo podemos pedir perdón? Nos olvidamos que el perdón es de doble vía. Tenemos que enfrentar a aquel que nos pide perdón por habernos traicionado y decirle que sí, que no importa, que el dolor que nos infringió no nos va a hacer odiarlo. ¿Es esto posible? ¿Se puede no querer vengarse del que nos escupió en la cara, aunque sea figuradamente?

Y por otro lado. Nuestras recriminaciones, nuestros insultos, aquello que considerábamos defensa. Nuestros gritos y malas caras. Somos conscientes que aquellos a los que más queremos son los que más dolor reciben por nuestra causa. Cuando es así, somos capaces de pedir perdón, para que aquel que odiamos, nos perdone por odiarlo, por quererle herir, por querer humillarlo… Todos somos culpables, por tanto odio, por tanto orgullo, por tanta sed de venganza… ¿Somos capaces de perdonar y de pedir que nos perdonen?

Si no podemos perdonar a nuestros padres, a los compañeros que nos humillaron. Si somos incapaces de entender que también nosotros tenemos que pedir perdón por nuestra falta de valor, por nuestra envidia, vanidad o codicia. Por querer ser queridos, por tener comodidades. La maldad está en todas partes. Qué difícil resulta verla en cada uno de nosotros. Ahí está y pedir perdón significa reconocerla, por eso cuesta tanto. Me gustaría pedir perdón por este medio a todos los que odio tanto. Al violador, al ladrón, al maltratador, al asesino, pero no puedo. El  perdón es algo que hay que hacerlo cara a cara.