Los compañeros y compañeras de CDRO me permitieron visitar el proyecto ecológico comunitario El Aprisco, en donde pude entrar en contacto con un pequeño ejemplo de los famosos bosques de Toto. Los administradores de El Aprisco, jóvenes dirigentes comunitarios, me hicieron parte de su proyecto al invitarme a sembrar un árbol el cual ahora forma parte de los hermosos bosques de esa tierra bendita.
Totonicapán para mí es eso: organizaciones comunitarias, desarrollo integral social-ambiental y económico, bosques milenarios, y gente hermosa que ama la tierra que los vio nacer. Por eso el pasado jueves 4 de octubre no pude comprender cómo esa bella tierra y ese noble pueblo podía convertirse en sinónimo de conflicto, violencia, sangre y muerte. ¿Qué puede provocar semejante transformación de un paisaje y unas comunidades tan singulares y ejemplares?
En Guatemala hay muchos análisis de la violencia. Todos ellos nos explican las razones de por qué hemos sufrido lo que hemos sufrido y por qué lo seguimos sufriendo. Pero la verdad sea dicha, la razón principal de nuestra violencia está en la sin-razón. Cualquier motivo parece ser válido para derramar sangre y matar al prójimo. El que es poderoso, mata porque es poderoso. Y el que no es poderoso, mata para resistirse al poder. Todos somos padres y madres de la violencia. El diálogo, en cambio, siempre es huérfano.
Mientras tanto se acumulan las víctimas. ¿Y quién se acuerda de las víctimas? ¿Quién, aparte de sus seres queridos, honran su memoria y su sacrificio? ¿Quién en nombre de la sangre derramada por ellos y ellas pregona una Guatemala que busca la concordia, libre de violencia y amante de la paz? ¿Quién les pide perdón por tanta irracionalidad y por tanta barbarie?
Nos hemos vuelto insensibles a la muerte. Nos parece que la sangre es el precio justo que debemos pagar por mantener este sistema irracional de conflictos que generan conflictos. Pero la sangre no la derramamos todos, sino solo las víctimas. Así que es la sangre de los que ya no están, de los que se fueron, de los que perdieron, la que se sacrifica frente al altar del dios-violencia.
Yo pido perdón a las víctimas por nuestra irracionalidad. Pido perdón a los fallecidos y heridos el pasado jueves, a sus familiares y a sus comunidades. Pido perdón a Totonicapán y a todos los guatemaltecos y guatemaltecas que sufrieron ese día la muerte o la agresión de un ser querido. Nada justifica que la sangre se siga derramando en Guatemala, y nada justifica que sus hijos e hijas sigan ofrendando sus vidas.
A los que llaman a odiar más como estrategia para enfrentar nuestros conflictos, les pido que por favor abandonen ese discurso. Más odio no nos traerá más paz. Todos los guatemaltecos y guatemaltecas somos personas con dignidad. Merecemos respeto, respetar y ser respetados. Y sobretodo, tenemos derecho al más sagrado de los derechos: el derecho a vivir, y a vivir en paz. Nadie nos puede quitar ese derecho y nadie nos lo debe arrebatar.
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