Como estudiante, no podía estar más de acuerdo con él. Sin embargo, con un poco más de perspectiva, sin creerme quien para contradecir a Poincaré, debo decir que esto es cierto en lugares donde hay una cultura científica establecida, donde hacer investigación en la universidad es normal: una obligación, y no un lujo que algunos nos damos. Es cierto donde la gran mayoría de los científicos deben preocuparse únicamente por hacer su investigación y por conseguir los fondos, y no por preguntarse para qué o por qué, ya que para muchos de ellos la respuesta es: «Porque me gusta». En Guatemala, lejos de ser la norma en un profesor universitario, hacer investigación es un lujo que pocos nos podemos dar, y sobre todo en las áreas de física y de matemática. Aquí las universidades son para dar y recibir clases, no para generar conocimiento.
Si algo debemos aprender de las instituciones, es a tener objetivos, misión y visión. Es necesario que, como gremio, desde la Senacyt hasta los profesores universitarios, pasando por la Academia de Ciencias, nos preguntemos por qué y para qué hacer ciencia en Guatemala. Hay columnas de opinión o entrevistas de colegas que nos dicen que hay una correlación directa entre el desarrollo y el porcentaje del PIB que invierte un país en ciencias. Y es así. Pero aquí, más que explicar la correlación, quiero hacer énfasis en por qué es atractivo invertir en ciencia y tecnología.
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Queda claro, desde tiempos antiguos, que el conocimiento científico impulsa el desarrollo tecnológico y va de la mano con este: los acueductos de la antigua Roma, el telescopio de Galileo o incluso la World Wide Web. Pero, en un país con tan escaso desarrollo científico, crear tecnología o productos realmente innovadores ocurre poco (aunque ocurre, y pongo el ejemplo de la Incaparina) y la inversión puede parecer alta para el retorno que puede tener a corto plazo. Desde este punto de vista, los beneficios reales de tener una mejor ciencia en Guatemala parecen lejanos y riesgosos. Esta es prácticamente la motivación que vendemos. Sí, somos malos vendedores. Creo que hay que mostrar los beneficios a corto plazo, los beneficios de invertir en ciencia, y estos están en mis primeras columnas en este medio.
Con esta nota, lo que quiero es hacer un llamado a mis colegas a unir objetivos y a poner sobre la mesa el diálogo. Es una opinión que puede servir como punto de partida. Aquí no podemos darnos el lujo de hacer ciencia solamente por su belleza intelectual. Debemos agregarle un compromiso más fuerte. Toca, además de investigar, abrir brechas y romper con los modelos que hemos tenido hasta ahora y que no han funcionado. Desde mi punto de vista, el objetivo es mostrarles a los tomadores de decisiones la importancia de tener científicos preparados en el país. Creo que los programas de Física sin Fronteras han logrado resultados concretos con apenas dos cursos de dos semanas. Imaginemos lo que harían con posgrados de calidad y soñemos lo que serían con una cantidad suficiente de científicos dedicados a tiempo completo a resolver problemas académicos, del sector público o de las empresas. La misión, a mi criterio, es lograr este desarrollo tecnológico, que es solo posible a través del desarrollo científico en el país. Por último, la visión que tengo de la ciencia en Guatemala es que este desarrollo científico pueda llevar a Guatemala a tener condiciones mejores y más justas para todos por medio de soluciones viables presentadas con el rigor que conlleva el quehacer científico.
¡Invertir en ciencia es invertir a largo plazo! ¡Invertir en ciencia es invertir a mediano plazo! ¡Invertir en ciencia es invertir a corto plazo! ¡Invertir en ciencia es rentable! ¿Para qué y por qué? Porque es de beneficio para el país, y no solo porque es chilero.
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