Si bien se cree que el covid-19 afectará en su mayoría a adultos, desconocemos el verdadero riesgo y las consecuencias de este en los siete de cada diez niños y niñas que sufren desnutrición crónica en mi pueblo. Hemos extremado medidas, fabricado mascarillas y, sin detenernos, cubierto al 100 % nuestros programas de nutrición.
Como si me sobrara tiempo, me uní a apoyar la iniciativa local de un joven entusiasta que está recaudando fondos para llevar alimento a adultos de la tercera edad que viven en montañas remotas, alejadas un buen par de horas de cualquier aldea o caserío. Me conmovió mucho el trabajo de Leonel, un patojo emprendedor, de sentimientos muy nobles, quien me contó algunas anécdotas y me compartió fotografías de cómo viven estos ancianitos beneficiados.
Decidimos involucrarnos juntamente con don Erick Reyes (técnico profesional del Conalfa para el municipio de Purulhá), quien localizó a los ancianos más vulnerables a través de los alfabetizadores que residen en las comunidades rurales: viudas sin hijos y aquellos que no tienen familiares que puedan ampararlos y que viven en algún rincón que alguien les ofrece. Juntos tomamos la decisión de duplicar la cifra inicial de 30 a 60 personas beneficiarias.
La iniciativa local pedía alimentos a las personas del pueblo, que ya vive en condiciones de pobreza extrema. Quise aprovechar las redes sociales para pedir dinero en efectivo con el cual comprar una dotación de víveres mínima, posiblemente para un poco más de una semana. Casi inmediatamente una amiga me habló de la iniciativa del Banco de Alimentos de Guatemala, que maneja lotes de productos para ser distribuidos y consumidos en dos semanas, antes de su fecha de vencimiento. Por una cantidad de Q57 podemos apoyar a una familia con víveres para 15 días, por lo que multiplicado por dos me resultó increíblemente económico y sencillo de solicitar.
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Nombramos a la iniciativa #AdoptaUnAbuelito con la idea de generar apoyo suficiente para mantener alimentos durante al menos tres meses, mientras duran las primeras medidas de contención. La respuesta fue mejor de lo esperado y estamos listos para adquirir el reto por seis meses. Teóricamente, sería de llevar las bolsas, entregarlas directamente a los abuelitos y volver. Una vez más la realidad de mi país me dio un golpe debajo del cinturón. Me topé con ancianitos enfermos y desnutridos que prefieren decir que no tienen hambre antes que quitarles comida a quienes les dan posada: verdaderos viejecitos sin un terreno para sembrar, sin trabajo para comprar, sin agua para beber y sin fuerzas para ir a traerla al río.
En el caserío Tres Cruces encontramos a unos hermanos a quienes una persona bondadosa les construyó un rancho en su terreno. Se estaban instalando cuando llegamos. Encontramos solo a don Javier, y posteriormente llegó doña Augusta, que con dificultad llevaba a rastras el último costal con sus pocas pertenencias. Traía los labios partidos por el sol. Eran las dos de la tarde y el comal estaba guardado, como augurando que su única comida del día sería una ollita de chile con sal. En la esquina yacían cuatro troncos que funcionaban como camas y un gato que les hacía compañía. Para estos viejecitos llovió a cántaros la buena suerte cuando entraron Leonel y don Erick para entregarles la primera bolsa de alimentos. Lloraron conmovidos mientras se les explicaba que debían beber la Incaparina de la caja y que iban a poder hacer tortillas con el maíz que se les estaba entregando.
El sistema, ausente, los excluye de todo. Ellos no son sujetos de bonos porque no tienen recibo de luz. No saben qué significa un token para cambiar por un teléfono que tampoco tienen. ¿Desaparecerán sin trascender, dejando nada más las cenizas de un fogón apagado, como los nadies de Galeano [1]?
Gracias al apoyo de personas individuales, 60 de ellos nunca más dejarán caer su cansado cuerpo sobre la hostilidad de unos troncos. No dejaremos que mueran de hambre. Pero seremos nosotros.
No el Estado, que los invisibiliza.
* * *
[1] «Los dueños de nada, los hijos de nadie, los ningunos, los ninguneados. Que no son, aunque sean. Que no tienen para el Estado un nombre, sino un número».
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