Sin embargo, más allá de esos mensajes y actos esporádicos, la realidad de nuestro país sigue estructurada sistémicamente para negar a diario esos derechos de los niños y los jóvenes que en estos días tanto se proclaman. Empiezo mi repaso de la realidad con datos de Unicef Guatemala.
Cuatro de cada diez niños y niñas (43.4 %) menores de cinco años presentan desnutrición crónica, condición que provoca menos retención escolar, menor productividad, propensión a adquirir enfermedades y hasta pérdida del cociente intelectual, efectos irreversibles durante toda la vida. La desnutrición crónica afecta a ocho de cada diez (80 %) de los niños y las niñas indígenas.
En la primera infancia, si los niños y las niñas no obtienen los nutrientes necesarios, la probabilidad de que se reproduzca el círculo vicioso de la pobreza y la exclusión es muy alta, lo que condena sistemáticamente a nuestro país a seguir reproduciendo la miseria, la pobreza y el sufrimiento humano. De hecho, estamos tan acostumbrados a las malas noticias que la indiferencia ante el sufrimiento por parte de las autoridades y los funcionarios públicos parece multiplicarse. Solamente desde esa óptica se puede entender el más reciente descubrimiento en temas de corrupción: el caso El Bodegón, en el cual no solo se defraudó al Estado de Guatemala al ingresar granos básicos de contrabando, sino que se irrespetó a la población más pobre al entregarle productos que ni siquiera eran aptos para el consumo humano.
Sigo repasando mentalmente las condiciones precarias de nuestra población más pequeña y recuerdo otro detalle espeluznante: el caso de los niños de padres que están en conflicto con la ley, a quienes el sistema no logra garantizar un futuro digno.
Hay menores que están jugando tras las rejas, 7 256 en varios centros. Y hay otros en edad de estar con sus padres y madres, pero, como el Sistema Penitenciario no tiene capacidad, se encuentran a cargo de familiares y en algunos casos institucionalizados, es decir, en lugares donde el Estado los coloca para darles protección (ver columna de Ileana Alamilla).
Imagino un niño en un entorno como una cárcel, sin la adecuada protección en muchos centros que se manejan en condiciones precarias, y pienso en los muchos factores que llevarán a esos futuros adolescentes y jóvenes a una situación de pobreza y exclusión, incluso a su enrolamiento en las tan temidas pandillas juveniles, que solamente son un reflejo de la falta de oportunidades que padecen nuestros niños y adolescentes.
Para finalizar este breve recorrido por algunos casos emblemáticos me ubico en una vivencia personal: el irrespeto que muchos padres cometen contra sus propios hijos al llevarlos temerariamente en los asientos delanteros. El resultado: ¿cuántas niñas y cuántos niños no están expuestos sin razón a los accidentes de tránsito, ya que un menor de 12 años es casi una víctima fatal si viaja sin las adecuadas medidas de seguridad?
Termino esta reflexión exhortando a nuestras autoridades y a nuestros líderes de la sociedad civil a seguir trabajando sin descanso para ofrecerles a nuestros niños y a nuestras niñas mejores oportunidades de desarrollo, que permitan ofrecerles un futuro digno. Solo de esa forma estaremos celebrando realmente el Día del Niño.
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