Y traigo eso anterior a colación a propósito del ya mundialmente llorado niño sirio ahogado, que para nada es solo un niño ahogado, sino un símbolo tangible de las crisis de refugiados, crisis que al final son resultado inevitable de la injusticia económica, siendo la pobreza y la inequidad el único efecto verdaderamente democratizado del neoliberalismo.
Lloremos por él, claro, arrastrado en la ar...
Y traigo eso anterior a colación a propósito del ya mundialmente llorado niño sirio ahogado, que para nada es solo un niño ahogado, sino un símbolo tangible de las crisis de refugiados, crisis que al final son resultado inevitable de la injusticia económica, siendo la pobreza y la inequidad el único efecto verdaderamente democratizado del neoliberalismo.
Lloremos por él, claro, arrastrado en la arena de una playa turca que le es ajena en todo sentido y sobre la que jamás llegó a caminar, pero aprovechemos para pensar luego en los muchos (demasiados) niños, adultos y ancianos que aquí mismo, en esta pequeña ciudad, son eso, refugiados: meros refugiados que huyeron —no importa si en esta generación o hace muchas— de una vida de miseria en el área rural y a quienes con diversas excusas y negligencias, tan sutiles a veces como descaradas otras, ignoramos y maltratamos y juzgamos y, cuando estamos de buenas, usamos para limpiar conciencias cual objetos de caridad vertical. Porque aquí lo único que hemos podido darles es una miseria distinta a la original, una de asentamientos lodosos, camionetas rebalsadas de brazos asfixiados y agua en toneles oxidados, pero nada más allá de la mera esperanza, que nunca se concreta, en el bienestar que no solo los sueños, sino los medios masivos, nos ofrecen. Que algunos sigan teniendo algo de esperanza, sin embargo, habla de cuán fuertes son y de cuánto el espíritu humano se aferra a ella.
Cuando nos veamos tentados a criminalizar a un patojo, entonces, porque no le quedó otra que sobrevivir actuando contra nuestros cómodos valores (que no tendría por qué tener si nunca nos preocupamos por la posibilidad de que hubiera acceso a tenerlo), tratemos de recordar a ese niño tirado boca abajo en la arena, tratemos de meditar sobre por qué llegó allí. Quizá la niña pintada de payaso que malpretende ser malabarista bajo un semáforo no sea tan distinta al niño sirio empapado de espuma de mar. Tal vez esa esquina donde no le damos la ficha que cruelmente dice «paz» bien puede ser la playa en la que aprenda a morir en vida.
Vos, María (2012), de Juan Pensamiento Velasco. Pintura de látex sobre lienzo (150 cm x 150 cm). Colección privada.
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