Bueno, eso no lo dijeron, pero estoy segura de que solo eso faltó para condimentar más sus argumentos. Es tal la aprensión de los articulistas que uno creería que el país está a punto de convertirse en otro territorio asociado del vecino del norte, con una agenda promarxista de tal magnitud que la agenda socialista del candidato presidencial demócrata Bernie Sanders palidece a la par. Y es tanta la angustia de sus autores y de quienes apoyan su teoría que uno hubiera querido ver ese nivel de patriotismo y de indignación cuando la CIA intervino en las operaciones liberacionistas para deponer el gobierno democráticamente electo de Jacobo Árbenz Guzmán en 1954.
El artículo en cuestión, Un hombre gobierna Guatemala, pero no se llama Jimmy Morales, es una de las mejores historias de ficción de la pos guerra fría que he leído, al estilo John Le Carré. Y si no es porque le falta gracia habría creído que el periódico sarcástico The Onion lo había publicado en español. Pero el libelo no es más que una propaganda mediática bien hilvanada que las clases medias y altas de la guatemalité urbanita consumen acríticamente, a juzgar por su efusiva circulación en las redes sociales entre tanta gente de alcurnia, tan nostálgica de aquellos días del verdadero conservadurismo del imperio que realmente contraatacaba la amenaza comunista, cuando el país era limpio y seguro y no le daba por pretender tener sensual expos.
El gran problema en el abordaje tan simplista de este tipo de discurso desde el conservadurismo estadounidense (o desde cualquier otro, y no solo en las derechas) es que pretende invisibilizar y desestimar cualquier tipo de agencia propia de los ciudadanos guatemaltecos en la lucha y conquista de sus derechos y anhelos. En la mente paternalista de los autores es inconcebible que los guatemaltecos logren ser los propios actores de su destino. En el imaginario de estos halcones cortados con hacha en las teorías de realismo político no existen comunidades organizadas que vienen demandando justicia por atropellos a los derechos humanos y por crímenes de lesa humanidad durante el conflicto armado, mucho menos si son indígenas y mujeres.
Pero desde hace varios años la lista de investigaciones, la apertura de procesos y las condenas por parte del sistema de justicia en casos de mayor impacto, impulsados por víctimas, familiares y la ciudadanía en general, se extiende y sirve incluso de modelo a nivel internacional: además de la captura de los militares y de la condena por genocidio contra el general retirado Ríos Montt, mencionados en el artículo, se encuentran los casos de corrupción de La Línea por los cuales los exgobernantes Pérez y Baldetti guardan prisión preventiva, el inicio del juicio por esclavitud sexual contra mujeres q’eqchi’ de Sepur Zarco y el caso del niño Molina Theissen, entre otros casos paradigmáticos. Y por supuesto que cualquiera que ofrece dinero o donaciones a un gobierno o entidad (¡aunque las medicinas hayan expirado!) pone condiciones para ver el retorno de su inversión. Fortalecer el Estado de derecho apoyando al Ministerio Público y la labor de la Cicig no puede ser mal negocio ni allá ni aquí.
No es entonces sorprendente que este tipo de rebuznos alarmistas se emitan cuando la sociedad guatemalteca avanza en su perenne lucha contra la impunidad en todos los ámbitos de la vida nacional y en la edificación de las instituciones llamadas a proporcionar una justicia pronta y cumplida de forma independiente.
Guatemala todavía tiene un largo sendero que recorrer para que exista la suficiente voluntad política y se concreten las necesarias reformas sociopolíticas que garanticen una democracia funcional, propicien las condiciones para una prosperidad mejor compartida y generen mejores escenarios de gobernabilidad. Pero, parafraseando a Martin Luther King Jr., ese arco moral universal, con la fuerza y la voluntad de miles de guatemaltecos en busca de la verdad, la memoria y la reparación, se sigue doblando hacia la justicia. No arde Roma. Se le empeora la gangrena al dedo del dinosaurio.
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