Para reírse. Para juntarse con los amigos. Propósitos. Ideales. Construcciones. Estrategias. En medio de esto se van diluyendo las tardes. Asombrosamente, uno envejece. El pelo cada vez más ralo. Uno empieza a convertirse en su propio padre con los gestos, con los dichos que salen de repente.
Ahora está el Facebook. Antes eran las cajas de zapatos llenas de cartas o los álbumes de fotografías envueltas en plástico con empastados azules y rojos. Allí están. A veces los hojeo y me veo gateando. Hoy vi a una niña gateando. Era hija de una persona a quien recuerdo haber cargado el día que nació.
Uno siente ese transcurrir del tiempo cuando escucha la música elevarse hasta el punto culminante y luego cesar, como cuando se atraviesa el reventar de las olas. Antes, recuerdo, escribía más. No para lograr algo, comunicar una idea política o una columna de opinión, ni siquiera para enseñarle a la gente, sino solo para crear, para creer, para pasar el tiempo. Para soñar, si quieren. Para sangrar también, desde lo más oscuro, desde lo que ni a putas quiere ser revelado.
Aprendí técnicas. Las puse en práctica. Y he escrito algo, aunque no todo lo que habría querido. Pero poco a poco, de alguna forma, la realidad se fue convirtiendo en mi ficción. No sé si me logro explicar. Yo empecé a escribir para darle el chanfle necesario a lo que me ocurría, a vivir entre las palabras y a nadar en un lugar donde la calma puede diseñarse de la forma que a uno le conviene. Diseñar la ruta vivencial, que era la literaria. Vi muchas estrellas.
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Pero, en verdad, tampoco se trata de dar moralinas nostálgicas. No me siento viejo, aunque para muchos menores, quizá la mayoría de habitantes del planeta, lo soy. Esa gran masa allí, deforme pero uniformada, dispersa, viviendo sus propias narraciones, como yo. Yo soy ellos y me importan, aunque a la vez no soy verdaderamente responsable de nadie más.
Me pienso como un ser creado por la mente, es decir, los conceptos son fabricados coquetamente por los libros, por la filosofía, por la tradición, edulcorados por los miles de temporadas de las series que vemos como buenos adictos. Pero más allá de ello hay un gran misterio innombrable que une a todas las partículas visibles e invisibles, como el viento que ingresa por mi fosa nasal, de modo que al respirar se siente vibrar ese punto infinito en medio del pecho y entonces se puede proceder a enfocar con esfuerzo para concentrarme en ese punto, que sea un punto o la manera visual que les plazca. Es una idea. El dolor es una idea. Las ganas de orinar. Todo se puede desaparecer o acrecentar, dependiendo de dónde ponemos las fichas de los pensamientos.
Por ejemplo, ahorita veo la coma que recién acabo de colocar y no pienso en los niños que mueren de hambre o que tal persona me mintió o que es urgente la reforma a la Ley de Comisiones de Postulación o que en una semana me quedo sin trabajo o que el presidente es un tarado o en los besos de la dueña del mar…
Pienso en la palabra como una simbología por medio de la cual uno (como una necesidad o un placer) intenta traducir la conexión con lo que se desconoce, en la cual una persona puede residir sin ese aparente sentido inundándolo todo y que sucede sin que importen los condicionantes externos. Todas las demás situaciones pueden ser solo un sueño, un autoengaño, una narración, una ficción de la que podemos no despertar.
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