Veamos a grandes rasgos los tres factores críticos que nos faltan para cubrir el tema luego de las entregas uno, dos, tres y cuatro.
Debemos enfrentarnos a los desequilibrios en la disponibilidad y en el acceso a los alimentos.
No es que falte producción en los campos ni en el mercado, pero en algunos lugares la sobreproducción de alimentos lleva a un desperdicio de comida, mientras que en otros hay escasez de alimentos y malnutrición.
Veamos resumidamente la escandalosa cadena de pérdidas: lo que no se cosecha por causa de plagas, enfermedades, infertilidad de los suelos, catástrofes naturales y otros se suma a lo que se pierde por mal manejo postcosecha o simplemente por su forma, tamaño y aspecto (descartes de alimento en perfecto estado). Luego vienen las pérdidas en la cadena de comercialización y lo que termina dañado en los mercados y anaqueles. Sigue lo que desperdiciamos en la preparación de los alimentos, que en el caso de verduras y frutas se trata de cáscaras, partes en mal estado, piezas y pedazos sin atractivo visual, etc.
Ahora salgamos de la cocina y vayamos al comedor. Ahí queda comida que termina en la basura por muchas razones. En los restaurantes se pierde mucho porque algunos sirven porciones muy grandes. Si midiéramos todo lo anterior, quizá llegaríamos a cifras entre cuarenta y setenta por ciento (estimación del autor).
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Pasemos al tema del costo (alguien debe pagar todo lo que se pierde, y ese es el consumidor) y la capacidad de compra. Ahí tenemos un escenario devastador, donde muchos no tienen ingresos suficientes para comprar alimentos sanos y quienes lo tienen desperdician demasiado. El resultado, en el caso de Guatemala, solo puede ser un aumento silenciado de muertes por desnutrición materno-infantil, aumento cruel de la desnutrición crónica e incremento de la obesidad y de las enfermedades asociadas a la mala alimentación (aspecto independiente de su capacidad de compra). Por favor, vea una foto familiar de 1960 y una de hoy.
Más de 800 millones de personas en el mundo padecen hambre, mientras que, al mismo tiempo, más de 2 mil millones de personas sufren obesidad o sobrepeso.
Por si no estuviéramos mal, los expertos han identificado el uso excesivo y mal orientado de pesticidas y fertilizantes: los sistemas alimentarios intensivos utilizan grandes cantidades de pesticidas y fertilizantes, lo que tiene un impacto negativo en la salud humana y en el medio ambiente (sin dejar de lado el costo de producción).
Por último, tenemos aspectos de gestión de los recursos naturales básicos para la agricultura. Los sistemas de producción intensiva y el manejo especulativo de las existencias y los precios no tienen en cuenta el impacto a largo plazo en el medio ambiente, la biodiversidad y la salud humana. Veamos algunos ejemplos puntuales que me brindó una entidad de inteligencia artificial:
La producción mundial de alimentos es responsable del 25 % de las emisiones de gases de efecto invernadero y la deforestación añade 10 puntos porcentuales.
• El 70 % del agua dulce extraída en el mundo se destina a la agricultura.
• El 75 % de la biodiversidad natural se ha perdido en los últimos cien años debido a la agricultura expansiva y extensiva.
• La producción de carne y lácteos produce el 60 % de las emisiones de gases de efecto invernadero en la agricultura.
Por todo lo anterior podemos decir que los sistemas alimentarios manejados sin objetivos de sostenibilidad amenazan a la mismísima sobrevivencia humana.
En la próxima y última columna sobre este tema hablaremos de algunos de los riesgos específicos para Guatemala, en una perspectiva coyuntural y de mediano plazo. También hablaremos de las cosas buenas que pueden hacerse para paliar el problema, siempre que los encargados de las políticas públicas y de las inversiones estén dispuestos a abandonar la negación de evidencias y a asumir los desafíos.
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