Con algunos errores o situaciones no previstas, el movimiento que realizan los pueblos originarios contra el deterioro de las condiciones sociales, económicas y políticas que impulsa el «pacto de corruptos», encabezado por el Ministerio Público, es lo mas digno que puede hacerse desde los que aman a su pueblo, su territorio, su sociedad y desean un mejor futuro para todos.
Para una sociedad colonizada es difícil entender estas resistencias que implican visiones de mediano y largo plazo, en contra del cortoplacismo que nos agobia y atrapa en la pasividad e indiferencia ante la destrucción del Estado, la Democracia, los derechos individuales y colectivos.
La resistencia de los pueblos, es el ejemplo que deberíamos seguir para ser dignos de llamarnos ciudadanos. Pero sucede lo contrario, el racismo aflora y se cuestiona la acción reivindicativa reduciéndola a un «movimiento de indios», sin entender que es el futuro de nuestros hijos el que está en juego, de todos, no solo de indígenas.
Despectivamente se les llama «bloqueos», no movimientos de resistencia, como son.
Se critica que evitan la actividad diaria de los que salen día a día a conseguir el sustento, lo cual es cierto en parte, pero hay que entender que eso de salir a luchar por un ingreso o empleo digno (sin conseguirlo muchas veces) es porque el sistema corrupto nos ha quitado oportunidades. Ser pobres y luchadores día a día es consecuencia de la desmedida ambición de las elites económicas, que no quieren ceder ni un ápice de espacio para dar oportunidades y vivir mejor. La colonialidad, impide entender esta situación de pan para hoy, hambre de mañana.
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El que se cree libre no se da cuenta de su esclavitud ante el sistema que da poco empleo o precario y que la mayor parte de su bajo ingreso vuelve a las arcas de quienes controlan la producción de alimentos, bebidas, diversión, centros comerciales, etc. Trabajamos no para vivir mejor, sino para alimentar la alta concentración de la riqueza en las elites de siempre. No se respetan los derechos laborales, se hace fraude de ley obligando a los trabajadores a aceptar condiciones de trabajo intenso, sacrificando familia, estudios y el derecho al ocio, sin la remuneración adecuada. Pero, criticamos las resistencias que no somos capaces de hacer, por cobardía social o por sumisión al sistema.
La realidad la percibimos a través de los medios de comunicación cooptados por el sistema y ahora por la pantalla del celular, que nos distorsiona lo que nos proporciona. Ya no somos del mundo real (a lo mejor nunca lo fuimos), nos desconectamos de la realidad, somos marionetas de lo que el poder quiere que seamos, entendamos y conozcamos.
Para las elites económicas, agrupadas en el CACIF, es costumbre poner el grito en el cielo, cuando la población hace resistencia. Porque pone en riesgo el sistema de privilegios antihumanos que gozan. El monto de lo que producen no se compara con lo que producen los migrantes en remesas y gran parte de las mismas alimenta su economía concentradora.
Aparte del gran porcentaje de las remesas que les favorece, el presupuesto del Estado llega a los 120 mil millones de quetzales (monto menor a las remesas generadas por los pobres), de ese presupuesto un porcentaje se va a sueldos de la burocracia (que son sus consumidores), otra parte para pagar la deuda a bancos y una porción considerable va para inversión y compras que, igual, los vuelve a favorecer, porque controlan la política a través de sus marionetas (pacto de corruptos) con lo cual garantizan que no haya libre competencia, sino tráfico de influencias; por ello permiten que un porcentaje del presupuesto vaya a la corrupción de los politiqueros que legislan para ellos.
Ante ese sombrío y deprimente panorama, nosotros (¿la precaria clase media?) que apenas tenemos un «pichirilo», que alquilamos o pagamos la casa (al sector inversor), que estamos endeudados con el sistema financiero a través de las tarjetas de créditos, que mantenemos las ganancias de las telefónicas y que creemos que vivimos bien al estilo de las elites, lo menos que podemos hacer, por decencia y conciencia, es no criticar las luchas que encabezan los que casi nunca han tenido nada y que están forjando un camino democrático para todos.
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