En 1945, Quetzaltenango vivía con mucha calma: poca población, sin contaminación, niveles bajos de delincuencia y un crecimiento económico leve, a raíz del fin de la Segunda Guerra Mundial, del ingreso a la supuesta modernidad y de la Revolución de Octubre de 1944. Esa vida tranquila, esa calma aparente, ocultaba la polaridad cultural indígena-ladino de más de 400 años y los conflictos políticos entre las élites económicas y las incipientes capas urbanas ladino-mestizas que, desde entonces, se han venido disputando el control y aprovechamiento del Estado. El ejército era el árbitro y la iglesia, el sostén de la doble moral heredada del colonialismo.
Tranquilidad se respiraba en Xela, la economía indígena creciente y algunas industrias asentadas por extranjeros hacían dinámicas la actividad y relaciones económicas; a pesar de ello, la ciudad estaba segmentada por jerarquías raciales, territoriales y económicas. Gran parte de la ciudad presentaba un cuadro de modernidad a la europea y ahí vivían los migrantes extranjeros, la clase media alta ladino-mestiza y pocos indígenas.
Las goteras de la ciudad, los barrios indígenas (la histórica Xelajuj Noj) cercaban el centro de la ciudad. San Bartolomé (donde nací), Transfiguración, la Cruz de piedra, Santa Ana, Las Flores, El Calvario, Las Tapias y otros sectores cobijaban la dinámica ascendente de los Kichés que recién se incorporaban a los dictados modernos que pretendía el país.
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Al margen, el área rural, un círculo territorial externo que en el imaginario de los urbanos lucía lejano y ajeno. Los puntos de encuentro eran varios, los más importantes: Semana Santa, navidad y la feria, que se vivían plena pero separadamente, según la estratificación económica y cultural. Hermandades religiosas indígenas y hermandad ladina. La navidad indígena era algarabía en los mercados y en la calle con dinamismo económico sorprendente y punto de encuentro de otros pueblos. La navidad no indígena sin expresión pública, salvo los almacenes del centro de la ciudad que eran de y para la mayoría de ellos.
No había centros comerciales. La feria con sus desfiles reflejaba la división social: colegios y escuelas públicas. Las áreas rurales aún no participaban porque se les consideraba ajenas a «la ciudad», no parte del municipio y porque las escuelas tampoco abundaban. La reina de la feria y la reina indígena, cada actividad tenía su público y su ideología. El campo de la feria con salones de baile para los no indígenas y nosotros, las zarabandas que estaban a la orilla del campo de la feria, con sus comedores populares para el común.
El certamen de Juegos florales era un círculo excesivamente restrictivo para los indígenas. Sus organizadores, un grupo permanente de gente encopetada. La orientación de los concursos, la poesía europea remanente del siglo XIX. La reina de los Juegos florales aún es para una joven no indígena.
En los 80 años transcurridos algo ha cambiado: el pueblo kiché y otros pueblos controlan la mayor parte del comercio, la industria extranjera desapareció casi en su totalidad, los salones de baile de la élite para la feria, ya no existen, todo se ha popularizado. El área rural tiene gran presencia porque ya hay escuelas ahí. Los eventos culturales dominan la vida de la población, U mial tinimit, Pequeña flor del pueblo, Reina nacional indígena compiten con Señorita Quetzaltenango en las relaciones sociales plurales.
Los Juegos florales, este año, han sido dominados en poesía y ensayo por literatos y narrativas indígenas, aun cuando la organización conserva sus rasgos decimonónicos. Los festivales de poesía abundan plenos de gente indígena. Los centros de estudio, actividades culturales y artísticas se nutren de su presencia, no solo local sino de otros municipios. Xela se ve, se vive, se percibe y se nutre de la cultura indígena que, en todo el país, va en ascenso. Mientras, el Estado colonial cruje en sus estructuras y agoniza sin identidad nacional, solo extrae los valores indígenas para así presentarse al mundo.
Yo nací en 1945 y he visto y vivido, en 80 años, esos cambios de relación dialéctica entre culturas, algunas con pretensiones de dominación y otras con luchas de reivindicación y dignidad. En esos 80 años he estado en esa historia, he sido parte, actor y testigo de la emergencia maya.
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