Para muchas personas, el término paganismo evoca ideas negativas: algo diabólico, maligno o inconveniente, una práctica que debe ser rechazada por provenir de pueblos considerados incivilizados y carentes de «la verdadera fe». Esta percepción se consolidó con la imposición del monoteísmo promovido por el Imperio romano, que utilizó la religión como un instrumento para centralizar el poder político, económico, cultural y científico. De este modo, las élites nobiliarias lograron afianzar en la población la creencia en su origen divino, presentándose como representantes, voceros y defensores elegidos por Dios.
Sin embargo, el paganismo refleja la actitud de civilizaciones y pueblos diferentes al occidente; que hicieron de su cosmovisión la aceptación y respeto de la diversidad humana. Significa tolerancia, respeto, equilibrio y armonía entre el ser humano y el cosmos.
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El acto político de imponer el monoteísmo es la estrategia que garantizó la jerarquización de la sociedad moderna y la existencia de los subalternos, quienes, finalmente, sostienen y validan el centralismo y monopolio del ejercicio del poder en la clase dominante. Es la vida de la masa, la explotación laboral y de la madre tierra, el control de la subjetividad y la aceptación de las jerarquías raciales, económicas y culturales las que definen el lugar que ocupa cada uno en este sistema de dominación. Se ha perpetuado así la desigualdad, la pobreza y la exclusión de las mayorías, como matriz originaria del proyecto colonial-moderno.
Desde entonces somos población-rebaño. Manipulables, excluidos, violentados cuando se alza la voz y emerge la protesta por una vida digna. Nos imponen una sola verdad y una sola forma de ver y entender la realidad que, en esencia, es diversa y negada. Reina la intolerancia, razón de ser del sistema de dominación.
Desde la perspectiva histórica, en la antigüedad el paganismo era la forma dominante de religiosidad en muchas culturas y no se consideraba malo en sí mismo. Con la imposición del monoteísmo, fue visto como una amenaza a la autoridad de la Iglesia católica y fue objeto de persecución y represión. El paganismo se etiqueta como una forma de idolatría o politeísmo; sin embargo, no todos los cristianos comparten esa visión, y algunos pueden reconocer la riqueza cultural y espiritual en las tradiciones calificadas como paganas. Al final de cuentas es y ha sido una forma de vida válida y enriquecedora de espiritualidad que puede coexistir con otras tradiciones religiosas. Desde esta perspectiva, la tolerancia es una realidad ante la riqueza y complejidad de la realidad.
Esa transformación civilizatoria, del paso del paganismo al monoteísmo, arroja luces para comprender la crisis global que atraviesa el mundo actual. Los estandartes derivados de la «verdad única» y de la pretensión de hegemonía universal de Occidente —como la democracia, la república (que sustenta la división de poderes), los derechos humanos individuales, el mercado, el progreso, la globalización, la igualdad y la libertad—, junto con tantos otros dictados de la modernidad, se encuentran en franco retroceso, especialmente en Estados Unidos, que fuera el modelo de vida política y económica donde esos valores parecían concretarse.
Hoy, el racismo, la intolerancia religiosa, el fascismo-autoritarismo, la falta de certeza jurídica en defensa de los derechos de la población, la crisis democrática, el irrespeto a la Constitución, el uso de la ley de manera festinada hacia los opositores –¿paganos políticos?--, el genocidio (ejemplo, Gaza), la guerra como elemento central del modelo de Estado y sociedad que se está imponiendo, derivan y son consecuencia de esa intención de concentrar y centralizar el poder total en élites blancas, que usan la religión monoteísta para justificar su condición de pueblos y seres elegidos por el Dios occidental.
¿Será la pluralidad y tolerancia el camino de la renovación civilizatoria?
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[1] La transformación espiritual de los pueblos originarios: del sol y la luna a Jesucristo https://origenes.substack.com?utm_source=navbar&utm_medium=web
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