Las bocinas de los autos afuera, adormeciéndonos, anestesiando la vida, que se evapora como el agua que le cae a un motor de carro que hierve. Un helicóptero traquetea alejándose. Pasa inadvertido ya. Nadie le pone mucho coco porque es un elemento del asfalto infinito. Edificios y calles y aviones y choques y semáforos.
Las ventanas se calientan sintiendo ese sol de las tres de la tarde, cuando todos trabajan en sus oficinas, se deshacen el nudo de la corbata y beben un café para dejar...
Las bocinas de los autos afuera, adormeciéndonos, anestesiando la vida, que se evapora como el agua que le cae a un motor de carro que hierve. Un helicóptero traquetea alejándose. Pasa inadvertido ya. Nadie le pone mucho coco porque es un elemento del asfalto infinito. Edificios y calles y aviones y choques y semáforos.
Las ventanas se calientan sintiendo ese sol de las tres de la tarde, cuando todos trabajan en sus oficinas, se deshacen el nudo de la corbata y beben un café para dejar de restregarse los ojos. Las plantas en las ventanas palidecen. Les falta agua. Igual, sobreviven, pues la vida vence incluso las apatías más banales.
La angustia arropa todo. La angustia de lo no viviente. De lo automatizado. Porque también hay no vida en la vida misma. En el andar pensando en llegar y, al llegar, pensar en el final del horario y ver con nostalgia el fin de semana en el calendario, la falta de la contemplación del respiro actual. La falta de la pausa que como un epicentro puede neutralizar los pensamientos que como ese helicóptero se dejan venir y, estos sí, no pasan inadvertidos, pues provocan atascos como autobuses encharcados en una carretera de terracería de esas que hay en las entradas a las fincas dentro de la gran finca que es Guatemala.
[frasepzp1]
El pasado trae este momento como en los juegos mecánicos, donde por ratos se va con la cabeza al revés y se siente ese chupón en la panza. Eso pasa con los malos episodios, con las ideas que no se quieren ir, que no se quieren soltar y uno como insecto se pega a un plástico que cuelga para-matar-moscas porque el sufrimiento no es realmente algo a lo que se le huya, sino que florece como una parte que edulcora todo nuestro drama humano e inhumano, que late en las tardes como hoy.
Uno dirá que hay peores dramas, y es verdad. El hambre y los misiles. Aun ahí la gente ama y escucha música y baila por ratos a pesar de que la muerte está más viva que nunca. Es triste realmente cómo los polos son tan disímiles en esta lógica mundial. Aunque de este lado sea lo material el valor que prima, lo que valida las conciencias, en el otro lado se insertan más al lado desapegado y espiritual, a la trascendencia, y, por ejemplo, hay países donde todas las personas se desdoblan por las noches y no es algo superimpresionante.
Entonces se preguntan, en vez de decir buenos días, cosas como: «¿Qué soñaste ayer?». Y ahí, en este momento, esa pregunta evoca algo y viene un nuevo flashazo de recuerdos drenadores que rápido se van. En este mundo tan convulso y tan atribulado es cuestión de agradecer, ya que, al perder el agradecimiento, todo se derrumba aunque se viva en el mejor castillo. Porque cualquier cuestión dineraria es susceptible de ser insuficiente.
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