El más reciente es esa campaña que dice: «Tu dignidad ¡no se vota!».
Más que un clamor ciudadano, pareciese que alguien le contó a Manuel Baldizón que el voto nulo podía ayudarlo a ganar en primera vuelta y que este decidió utilizar sus recursos ilimitados para promover una campaña que disuadiera a la personas de ir a votar este 6 de septiembre.
Aunque resulta sospechoso el crecimiento de dicha propaganda de la noche a la mañana, no deja de ser válida en el sentido de que más de alguno de nosotros aún no decide si vale la penar ir a votar o no.
En estas condiciones resulta común e incluso lógico pensar que ir a votar no vale la pena, que ir a votar es validar un sistema ilegítimo en el cual no nos sentimos representados, que ir a votar es decir que nos rendimos ante la posibilidad de aplazar elecciones o de hacer los cambios necesarios que estipula la reforma a la Ley Electoral y de Partidos Políticos para este año, que ir a votar es seguir perpetuando un gobierno que sigue recompensando a los corruptos y sacrificando a los honrados.
Y posiblemente sea cierto.
Tal vez deberíamos dejar de pensar en lo trágico que sería romper con el orden constitucional y las instituciones que hemos logrado alcanzar, ya que en realidad la única institucionalidad en el país es la corrupción.
Deberíamos empezar de nuevo y romper con un sistema que no solo ha podrido a los políticos, sino a la sociedad entera.
Sí, tal vez eso deberíamos hacer.
Pero no tres semanas antes de las elecciones.
A pesar de que el movimiento ciudadano ha crecido en estos últimos cinco meses, aún no tenemos el suficiente músculo y la suficiente fuerza para cambiar una dinámica que ha venido afianzándose por décadas.
En el pasado ya cometimos el error de pensar que la instauración del voto democrático iba a cambiar el rumbo del país. Fue hace 35 años cuando asumimos que la democracia sería la solución, y por decisión propia (algunos) y por obligación (otros) decimos alejarnos de la política y todo lo concerniente a ella. Decimos dormirnos en la actividad cotidiana esperando que cuando despertemos el dinosaurio de la corrupción y la injusticia ya no esté allí.
Nuestra sorpresa y nuestra lección fue que, mientras más nos alejábamos, más cedíamos el espacio a esas personas que buscaban una utilidad propia, y no una utilidad colectiva.
A estas alturas, bajo estas condiciones, no podemos dejar al azar el rumbo del país.
Que este 6 de septiembre no nos agarre preocupados pensando que tal vez deberíamos haber ido a votar, pues, precisamente como se predijo, nuestra abstinencia, nuestro voto nulo ayudaría al candidato puntero a ganar las elecciones en una primera vuelta.
Tal vez romper el sistema significa entrar en él.
La respuesta no está clara, pero lo que sí está claro es que hay personas que desde adentro están empezando a cambiar las cosas. Véanse al comisionado Iván Velásquez, a la fiscal Thelma Aldana y a la magistrada María Eugenia Mijangos, que hoy están siendo víctimas por no doblegarse ante las demandas de esas personas que buscan mantener el statu quo.
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