En nuestro país, este esfuerzo parece reflejarse en la promoción del proyecto K’atun: Nuestra Guatemala 2032, propuesta en la cual se formula una visión de futuro que, tomando en cuenta la inserción de Guatemala en el ámbito global, anticipa los caminos del desarrollo nacional durante los próximos 20 años. Las reflexiones que siguen se basan en esta escueta presentación: no he logrado encontrar un documento que desarrolle con todo rigor las ideas centrales de tal proyecto.
Desde nuestra situación histórica, es claro que nos encontramos en medio de una crisis global cuya gravedad exige pensar el mundo en términos radicalmente distintos. Por esta razón, un proyecto de desarrollo nacional de 20 años no debe circunscribirse a una lectura “realista” de nuestra posición geoestratégica en un contexto global que tiende a privilegiar el crecimiento económico sobre otras consideraciones a las que debería concedérseles igual o mayor importancia. Los enfoques “realistas”, embelesados con la idea de plantear estrategias para explotar las ventajas comparativas, suelen acomodarse a las asimetrías de poder, olvidando las capacidades transformadoras de la reflexión humana.
En este sentido, una visión de futuro digna de convertirse en un proyecto de nación para Guatemala no debe ignorar las voces críticas que, dentro y fuera de nuestra sociedad, denuncian las tendencias destructivas del actual proceso de globalización. Anticipar nuestro futuro debe convertirse en una oportunidad de proclamar nuestra vocación de dignidad y no en una reiteración de que seguiremos siendo una colectividad ajustada a funciones subordinadas cuya realización exige que sigamos siendo una sociedad injusta y dividida.
Al hilo de estas consideraciones, me sorprende que esta propuesta recurra al término “K’atun” sin que haya una referencia substantiva a las posturas críticas que las visiones indígenas plantean respecto al modelo de globalización neoliberal. No somos pocos los que consideramos que las visiones amerindias proponen formas de convivencia que ofrecen condiciones de vida orientadas al desarrollo integral de las comunidades locales y la sociedad global en su conjunto. Abordados de manera crítica, los valores indígenas brindan alternativas para contrarrestar las formaciones globales que se basan en un individualismo egoísta y cínico; dichos valores articulan proyectos alternativos de vida en los cuales se fortalece un sentido de responsabilidad comunal que abarca no sólo a los demás miembros de la sociedad, sino a la naturaleza en su conjunto. Guatemala debe asomarse al futuro con la conciencia de que estas alternativas que corren por sus entrañas constituyen una contribución para pensar nuevas formas de vida global. Ignorar dicho tesoro es una omisión lamentable en K’atun: Nuestra Guatemala 2032
Resulta poco esperanzador dejarnos llevar por una lógica de desarrollo lineal que, privilegiando criterios económicos estrechos, nos lleva de lo rural a lo urbano. Parece una utopía tecnocrática imaginar a Guatemala insertándose en la economía global como una ágil y óptima red de nodos urbanos conectados por medios multimodales de comunicación. Y es probable que los conglomerados indígenas vean más bien como pesadilla un sueño futurista en el cual el campo se convierte en un espacio tecnificado de producción agrícola.
Desde la década de los noventa del siglo pasado, pensadores destacados, como Gustavo Esteva y Arturo Escobar, han puesto de relieve las múltiples imposiciones que supone una idea de desarrollo que privilegia el crecimiento económico. Aun dentro de una evaluación crítica de este movimiento, Ariam Ziai reconoce que estos pensadores han demostrado el carácter euro-céntrico, autoritario y tecnocrático de la noción de desarrollo. Es quizás esa vocación tecnocrática y autoritaria la que anima este proyecto en el que, hasta el momento, no existe el más mínimo atisbo de diálogo intercultural.
Frente a una perspectiva tan excluyente, ¿qué se puede esperar de las promesas de lograr un desarrollo ecológico sostenible que respete y fomente la identidad cultural? ¿Podemos esperar ciudades modernas, incluyentes, con identidad cultural, si no confrontamos los desafíos éticos que plantea una sociedad como la nuestra? ¿No tendremos más bien mega ciudades con mega violencia, mega contaminación, mega exclusión? Si persistimos en la costumbre de imaginar nuestro futuro sin atender a nuestras expectativas profundas, alrededor de 2032, recordaremos al poeta Luis Alfredo Arango para reprocharnos de nuevo que hayamos vivido 20 años sólo para retroceder otros 20 años.
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