Podría decirse que no son pocos los que ahora empiezan a experimentar interrogaciones semejantes al observar las primeras señales del trabajo de Jorge Mario Bergoglio como el Papa Francisco; que una opinión vaya penetrando grupos que han cuestionado, desde diferentes ángulos, la ortodoxia católica ya dice mucho de suyo. En concreto, un número creciente de personas avizora en las actitudes y discursos del Papa Francisco las primeras etapas de un movimiento que promete desplazar los nubarrones que la globalización neoliberal ha dibujado en el futuro de la humanidad.
Y es que en el contexto actual, las palabras y actitudes del Papa Francisco expresan la nítida conciencia de que la inaudita crisis global de exclusión que enfrenta la humanidad hunde sus raíces en el olvido de la dimensión espiritual del ser humano. Subyace a esta conciencia la certeza de que la salida de esta encerrona de la historia exige una reconfiguración de las constelaciones valorativas que guían la mundialización actual. Esta rearticulación espiritual no puede reducirse a reglas ni agotarse en externalidades; es la espiritualidad que surge de la experiencia íntima de las demandas morales asociadas al re-conocimiento de nuestro prójimo.
Ahora bien, esa vocación de dignidad exige la relación con el ser humano concreto. Ernesto Cardenal recuerda al teólogo alemán Dietrich Bonhoffer —quien muere a manos de los nazis por su participación en un complot contra Hitler— para afirmar que la relación con Dios supone, antes que la relación con un Ser trascendente, compartir la experiencia de Cristo, lo cual, en términos ya más seculares supone compartir con el prójimo. Así, la capacidad del Papa Francisco de conectar con el ser humano en singular —un largo abrazo con un niño— conlleva un potente enunciado político: la Silla de San Pedro se constituye en uno de los sitios de ruptura de un orden global de ignominia que encierra a tantas personas en una pesadilla de frustración y dolor.
La espiritualidad como jornada reflexiva hacia el fondo de uno mismo supone descubrir en el propio yo la inaplazable tarea de subvertir el orden de la injusticia desde nuestra posición en el mundo. La espiritualidad, entonces, se expresa como rebelión íntima contra las figuras del dolor gratuito; esto supone, a su vez, oponerse a las categorías morales, religiosas, jurídicas y políticas que, en este tiempo, tratan de ahogar el deber moral de protestar frente a la soberbia del cacique en el imperio del dinero.
Creo que hay que poner atención a dicha espiritualidad para captar el mensaje de resistencia que el Papa ha dirigido a la juventud, que en sus palabras, es la ventana por la que entra el futuro. Sublime desafío mandar a hacer lío a los jóvenes precisamente contra un sistema que se ocupa en articular categorías que criminalizan cualquier muestra de inconformidad. En este sentido, ¨hacer lío¨ no significa tan sólo salir a la calle a protestar; supone combatir en cada esquina de la vida cotidiana esa inercia malvada que nos hace comparsas de la injusticia.
Estas reflexiones nos indican por qué en el caso del Papa Francisco, como en el caso de Juan XXIII, las anécdotas superan lo puramente anecdótico; encontramos instancias de la rebeldía digna. La misma Arendt nota que las historias acerca de Roncalli expresaba una opción simple y definida por la imitación de Cristo. Arendt narra, por ejemplo, la conversación en la que un empleado del Vaticano le cuenta a Roncalli las penurias que enfrenta con su magro sueldo. Con un gesto que a muchos les parecería infantil, el Papa le recuerda al hombre que él es el Papa y que, por lo tanto, puede aumentar su salario. Cuando se le hace ver a Roncalli que cumplir los nuevos gastos demanda recortar gastos en las obras de caridad, el Papa dice: “Bien, entonces tendremos que recortarlos… porque la justicia viene antes que la caridad”.
Congratulémonos, pues, que la lucha contra la injusticia global tenga ahora un aliado espiritual formidable. Esperamos que la gigantesca tarea de alinear una institución milenaria con el signo de los tiempos sirva como ejemplo para que, desde nuestras circunstancias, cambiemos esos engranajes vitales que nos ayuden a lograr una vida plena y digna.
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