Conocimos las transas de contratistas del Estado, pasando por las familias patricias que financian los partidos para agenciarse favores: esa miseria mostrada en carne y hueso, provocada por las mafias controlando un Estado que no es un Estado, sino una finca de mala muerte donde los niños caen muertos de inanición y donde los helicópteros son los juguetes que los presidentes les regalan a las amantes.
Hace poco salió un caso: una estructura que desfalca al Ministerio de Salud mientras los hospitales tambalean raquíticos sin jeringas. Esta putrefacción se fue deshilachando para construir un mandala de veracidad, de confecciones sucias, pero que a la vez iban limpiando simbólicamente al país. Se empezó a dibujar un mandala, que es un símbolo de unión energética que identifica al universo.
Esta cruzada por la justicia envió mensajes de que se pudo, como nunca, sembrar la incorruptibilidad como valor en una sociedad caracterizada por el marrullerismo, la trampa y la mediocridad. Los poderosos por fin les tuvieron respeto a las normas que ellos mismos crearon para protegerse. La tortilla volteada. La gente en la plaza. Magistrados y diputados con angustia y arrepentimiento después de robarse el dinero de la gente.
Los magnates de los emporios pidieron, con la cola entre las patas, perdón a los pueblos. Se referían a un caso puntual, pero la realidad era otra. Fue aceptar la responsabilidad por la concentración del poder en perjuicio de las mayorías, una cuestión de siglos. Así se entendió y así lo entendieron ellos, por lo que arremetieron contra quienes construían el mandala de la verdad.
[frasepzp1]
¿Qué verdad?, preguntan. La verdad negada en los libros de historia de las escuelas y de los colegios caros, atribulada por una historia de mentiras. La verdad de un país perverso que expulsa a sus hijos por falta de educación y de trabajo. El constructo de un pueblo con las raíces arrancadas explicando por qué está tan expoliada esta nación de bosques.
En las portadas de los diarios se fue demandando la lucha por la justicia. Se fue construyendo un altar de conciencia donde cada caso evidenciaba la parte de nosotros mismos que no queremos ver. Corrupciones en salud, carreteras, medios, bancos, fallos judiciales, municipalidades, creación de leyes, el salario del presidente…: en casi todos los rincones del entramado político.
Ha sido un hilo de arena cayendo para delinear la Guatemala tras bambalinas, lo que se esconde en la parte sumergida del iceberg, lo que está del otro lado de las postales de la Antigua. Así volaba desde el aire la arena formando una figura endémica, como no había sucedido, que parecía demasiado ambiciosa, un mandala brillante en el desierto.
Los medios más importantes del mundo se fijaron en este proceso. Estalló la conciencia de una sociedad. Se admitió colectivamente que por violar la ley había una consecuencia pareja incluso para los intocables. Eso provocó un miedo que desató la furia de algunos, que emanaba de la idea de saberse con la cola machucada. Había que detener la construcción del mandala mientras la arena seguía cayendo —más casos se destapaban—, hasta que ya no cayó más.
El mandala se completó. La Cicig no es eterna, no se pensó así. La conciencia nunca será la misma. Unos son más poderosos que otros, pero existe la posibilidad de que existan destellos de igualdad, de justicia, de fraternidad, viéndolo nada más desde los principios occidentales.
La apertura en la muralla donde entran el aire y la luz ha quedado allí como un farol que no se apaga. Luego de la finalización del mandala, como suele ocurrir, este desaparece tras un soplido que se lleva la arena. El devenir de la impermanencia, la movilidad cambiante. Uno próximo deberá configurarse, que ya está surgiendo desde las montañas y desde los tuitazos. La creatividad del mandala es inagotable, pienso, mientras platicamos escuchando el viento sin detener el andar.
* * *
Dedicado a R. F.
Más de este autor