El pasado 19 de abril, el juzgado de Nebaj fue escenario de tres sesiones del segundo juicio por genocidio y deberes de humanidad en contra del exdictador Efraín Ríos Montt y de su exjefe de Inteligencia, José Mauricio Rodríguez Sánchez. El juicio, cuya primera sentencia fue anulada en 2013, sigue haciendo funambulismo para llegar a una nueva sentencia, entre la posibilidad de ser suspendido por alguno de los cinco amparos interpuestos por la defensa y los acusadores y llegar a una sentencia firme. Un juicio a puertas cerradas, por ser ahora un proceso "para la aplicación exclusiva de medidas de seguridad y corrección" debido a la demencia vascular mixta de Ríos Montt que está incapacitado para llevar un proceso por la vía usual.
También los testigos envejecen y enferman, por lo que la parte acusadora solicitó el traslado de la maquinaria judicial a Nebaj, para facilitar la presencia de 15 testigos ancianos.
Aunque hayan pasado casi tres décadas desde que el municipio ixil fuera uno de los territorios en que se llevó con más crudeza la campaña de control social promovida por el Ejército a través la estrategia de tierra arrasada, en Nebaj el dolor y el duelo no han sido sanados.
Este inusual proceso, mudado desde la capital, lejos de paralizar la vida del pequeño municipio, fluyó desapercibido para la mayoría. Sólo, frente a la sede del juzgado, hubo algún movimiento de la democrática dialéctica entre numerosos manifestantes de las filas de las organizaciones de la sociedad civil que piden justicia y un reducido grupo de expatrulleros de autodefensa civil liderados por algunos miembros de la Asociación de Veteranos Militares de Guatemala (Avemilgua). A un costado del juzgado, imágenes teñidas de amarillo con los rostros de los masacrados destacaban junto a las pequeñas cruces de madera con los nombres de los difuntos, cuidadas por las manos arrugadas de los familiares sobrevivientes, que chocaban contra los gritos que negaban el genocidio del otro lado del edificio judicial. Las bocinas amplificaban testimonios, declaraciones y consignas de los dos bandos.
Alejado del barullo de los manifestantes, encerrado entre las paredes del patio del juzgado, Nicolás Bernal esperaba desde las ocho de la mañana para ser llamado a dar su testimonio, junto a los otros cuatro ancianos testigos en el primer día de audiencia. Era ya la segunda vez que Bernal hablaría frente a los jueces, después de haberlo hecho en la sala de audiencias de la capital. Don Nicolás, a punto de cumplir ochenta años, originario de la aldea Viucalvitz, ubicada, como dice su nombre en ixil, encima de la montaña, tuvo que recorrer dos horas y media desde su aldea hasta Nebaj.
Igual que en 2013, esperó la camioneta que pasa por su aldea dos veces a la semana para bajar hasta Nebaj. Tal como la vez pasada, lo hizo porque sentía la necesidad de denunciar las injusticias que sufrieron durante la guerra, las viviendas quemadas, los animales muertos y las personas asesinadas. Porque la gente quedó enferma y lastimada física y mentalmente. El dolor que alberga en su corazón es profundo, explica el anciano, por la ausencia de su primera esposa y sus cuatro hijos, masacrados por el Ejército, y por los diez años escondido en la montaña alimentándose de raíces.
Terminada la audiencia, volvió a esperar un día y medio para poder volver a su milpa, a su casa encima de la montaña. Se sentía tranquilo por haber dicho lo que tenía que decir, lo que le “salió de adentro” pero no logra desentrañar si en esta audiencia las preguntas de los abogados, habían sido adecuadas para debatir causas y consecuencias de tanto horror vivido. Nicolás Bernal considera que las preguntas de los abogados de la defensa, esta segunda vez, fueron más específicas, porque se enfocaron en definir el aspecto de los guerrilleros, para que fuera claro en qué y cómo se diferenciaban de los militares. Para este testigo, como para muchos otros, todo el proceso es complicado: acostumbrado a hablar un idioma maya y a vivir en una dimensión paralela a la vida institucional de Guatemala. mide su tiempo y organiza su vida de acuerdo a la naturaleza con sus temporadas de lluvia y de cosecha del maíz. ¿Pudo explicar todo lo que vivió cuando las preguntas las hacen personas que no hablan su idioma con una lógica verbal diferente de la suya?
Él sabe la importancia de escuchar, pero se vio obligado a contestar a preguntas hechas, probablemente, para recoger datos cuantitativos, para hacer estadísticas, para cotejar fechas y buscar coincidencias entre testigos. Don Bernal, coforme a la cosmovisión maya, tiene una visión colectiva y comunitaria de la vida social y poco apego a la calendarización occidental de los años y de las fechas.
¿Habrán sido capaces, jueza y abogados, de escuchar correctamente el testimonio del anciano ixil? ¿Cómo habrán catalogado los vericuetos del relato (que vuelve a narrar a los periodistas después de la audiencia) para encajar fechas clave y acontecimientos puntuales? ¿Cómo habrá contribuido el gran esfuerzo del anciano que se alejó durante días de su casa para volver a desnudar su dolor profundo, para esclarecer la verdad? ¿Habrá al fin una sentencia firme? Estas preguntas, quizás, no importen mucho al viejo testigo, acostumbrado a no necesitar al Estado para vivir en armonía con la naturaleza, alejado de aquello que tanto daño causó a su gente. Con ochenta años y una tragedia descomunal en su corazón, Don Bernal, llegó, contó lo que pudo, y volvió a Viucalvitz para seguir recorriendo la montaña, cosechando su maíz, sobreviviendo a su pasado y resistiendo el presente.
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